domingo, 15 de diciembre de 2024

JM Mantecon - A brief history of space age (2021)

«Hace muchos años, al gran explorador británico George Mallory, quien murió en el Monte Everest, se le preguntó por qué quería escalarlo. Y él contestó: “porque está ahí”.

Bueno, el espacio está ahí, y lo vamos a escalar; y la luna y los planetas están ahí, y nuevas esperanzas de conocimiento y paz están ahí. Y, por lo tanto, a medida que zarpamos, pedimos la bendición de Dios en la aventura más grande, peligrosa y arriesgada en la que el hombre jamás se haya embarcado».

Así terminaba el discurso de John F. Kennedy, el 12 de septiembre de 1962, en la universidad Rice, Houston, Texas, cuando se dirigía a la población para comunicarle que su país estaba decidido a llegar a la Luna, comenzando así un futuro en el espacio.

La integridad del texto se centraba en la heroicidad que supone una empresa de este tamaño; una empresa que comprometía a todos los ciudadanos, desde la aportación económica hasta quienes posarán sus botas sobre las arenas de otros planetas.

Y esta sensación de esfuerzo, sacrificio y gratitud la encontramos igualmente en la música de A Brief History of Space Age, un álbum de JM Mantecón publicado en 2021. Este músico y productor sevillano, a quien tuvimos el placer de entrevistar en el episodio 2x02 de nuestro podcast, tiene ya una dilatada carrera. Y esa veteranía se refleja en el oficio y cariño que ha depositado en este trabajo.

Para mí es una obra muy relevante, porque abraza el espíritu de la exploración espacial al tiempo que actualiza varios recursos musicales a los que estamos acostumbrados desde los años setenta. El detalle más significativo es una sensación optimista, veraz y honesta, que nunca se precipita en la trivialidad.

Sin renunciar al misterio, la curiosidad y la épica, JM Mantecón prefiere una visión alegre y positiva como eje en su particular homenaje a la era espacial. Nos anima a mirar al cielo, a respetar sus misterios y a interesarnos por quienes dedican su vida a la investigación. Y al mismo tiempo es cercano y amable. Por todo ello, ABHOSA es un álbum imprescindible de la nueva generación de músicos españoles inspirados en el cosmos.

Vamos a escucharlo corte a corte. La primera pieza, In translation, comienza con el citado discurso de Kennedy, que deja paso a una propuesta secuencial adornada de electrizantes efectos. Es un comienzo muy elegante, donde se unen las escuelas alemana y francesa, apoyadas por unos metales que vierten su discurso en un clímax coral. Sobrecogedor.

Sin tiempo a recuperarnos, Mantecón nos sacude con Ignition, un hit de más de siete minutos, melódico y deudor de la transición musical a los años ochenta. Es divertido, enérgico y pegadizo. Estamos despegando y no hay vuelta atrás. Y queremos seguir en este viaje, con emoción y entusiasmo. Estamos ante una muestra del talento del autor, desarrollando una idea con enorme solvencia.

Ya sugestionados, llegamos a la Nube Oort, la tercera pieza y región esférica de objetos transneptunianos, que se encuentra en los límites del sistema solar, a casi a un año luz del Sol. Los astrónomos creen que es la fuente de todos los cometas de período largo y de tipo Halley, y de algunos centauros y cometas de Júpiter. Los acordes abiertos de los sintetizadores nos empujan a flotar en el espacio. Aceptamos de buen ánimo. Los coros y metales analógicos consiguen crear una atmósfera solemne. Nos hallamos, definitivamente, en la inmensidad del cosmos.

Uno de los aspectos donde me fijo en especial es el orden de las canciones. Y cuando se trata de un proyecto conceptual, todavía más. Tras Oort cloud, el autor añade otra pieza secuencial dedicada al Sputnik, el primer satélite artificial de la historia, lanzado el 4 de octubre de 1957 por la Unión Soviética y parte del programa espacial del mismo nombre. La conexión musical es perfecta. Hay una identidad que cubre todos los aspectos de este proyecto, desde la elección instrumental hasta la masterización.

El sonido de Sputnik avanza hasta principios de los noventa. La canción desemboca en unas estrofas vocales que siguen aportando frescura y autenticidad a la spacemusic. Nos sorprende y agrada a partes iguales.

Hawking piece es tan breve que casi se nos escapa de las manos. Contiene un mensaje del famoso físico y divulgador, y sirve casi de introducción a Space and time, otro hit cuyo sonido avanza de nuevo en la cronología musical. Encontramos de nuevo unas voces perfectamente hilvanadas con los sintetizadores.

Si viviéramos varias décadas atrás; esta canción cerraría la cara A del álbum. Y lo haría a lo grande, en un suspenso que nos obligaría a saltar del sillón para poner la segunda parte de este documental. La calidez del sonido analógico junto a la transparencia de la mezcla nos deja también una sensación de minuciosidad en la tecnología.

Mr. Hubble fue uno de los más importantes astrónomos estadounidenses del siglo XX, famoso principalmente por haber demostrado en 1929 la expansión del universo, midiendo el corrimiento al rojo de galaxias distantes a partir de las teorías de Georges Lemaître. Hubble es considerado el padre de la cosmología observacional, aunque su influencia en astronomía y astrofísica toca muchos otros campos.

El homenaje de Mantecón a Edwin Hubble está a la altura. En este momento, ya hemos advertido que ABHOSA es una biblia de la spacemusic: recopila tímbricas, recursos, temáticas y producciones de todas las épocas. Lo hace con mucho crédito y además sabe combinarlos, extraer el verdadero jugo y añadir su propia esencia.

Tras la contundente línea de bajo de Mr. Hubble, nos encontramos con uno de los iconos contemporáneos de la astronomía; nada menos que la voz de Carl Sagan. La canción Sagan piece también es breve, como la dedicada a Hawking. La atmósfera musical mantiene un reverente segundo plano bajo el texto y trata de evitar protagonismo. Y es precisamente por esto que consigue emocionarnos.

Seguimos nuestro viaje con la pieza Neowise, un cometa de periodo largo descubierto por el telescopio WISE el 27 de marzo de 2020. Desde el hemisferio norte terrestre fue visto a simple vista previo al amanecer desde principios de julio y desde el 12 de julio al atardecer.

Este tema de tiempo medio recupera el estilo magnánimo y grave de la spacemusic. Con una melodía bien definida y un sentido épico, Mantecón vuelve a convencernos que la belleza del universo nos hará libres.

No falta la tragedia de los héroes en la canción The last goodbye. El respeto a los caídos es un pilar en la evolución tecnológica, especialmente en el sector espacial. Los metales analógicos vuelven a tomar protagonismo y ejercen de maestros de ceremonia con esa capacidad única para convertir una melodía en un evento ceremonial. The last goodbye cuenta además con interesantes modulaciones y un delicioso phaser que viene emulsionando todo el disco como el lejano discurrir de un arroyo al que acudimos con frecuencia.

La penúltima canción lleva por título Oumuamua, un objeto interestelar cuya trayectoria atraviesa el sistema solar. Inicialmente se pensó que era un cometa, pero al observar que no tenía actividad se lo reclasificó como un asteroide. El 26 de octubre de 2018, Abraham Loeb y Shmuel Bialy publicaron un artículo en el que planteaban la posibilidad de que el objeto interestelar Oumuamua fuese una vela solar artificial impulsada por presión de la radiación solar tras su paso por el perihelio, como explicación a las observaciones de su aceleración no gravitacional.

Sea cual sea su origen y clasificación, la versión musical planteada en este disco es una maravilla. Los diversos pasajes que se suceden no dejan tiempo para respirar, desde el clásico solo con portamento a los acordes de diente de sierra. Todavía queda mucho por descubrir cada vez que levantamos la mirada.

Sobrecogidos por la paleta de sonidos y el carácter optimista, apenas percibimos el paso del tiempo que nos conduce a la última canción, una versión a piano de Neowise. Puede ser un cierre con varias interpretaciones. Que cada uno decida cuál le conviene. Nosotros elegimos volver a escuchar esta obra que nos ha encantado de principio a fin.

A Brief History of Space Age tiene esa condición nostálgica que nos recuerda aquellos adolescentes que fuimos, fascinados por las portadas de los míticos álbumes espaciales a través del escaparate mientras ahorrábamos para poder disfrutarlos. Esto nos lleva a hablar de la parte visual, consumada por el artista Fernando Mircala. Nos sorprendió al principio, pero es otro fragmento que encaja perfectamente dentro de una idea global. Y es que, para obtener un resultado tan natural hay que dejar pocas cosas al azar.

En definitiva, A Brief History of Space Age es otro álbum absolutamente recomendable. En él encontraréis los viejos caminos redescubiertos con nuevas energías por explorar. Probablemente os sitúe en el interior de una nave interestelar, en una de esas fechas señaladas donde se observa una efervescencia de actividad por celebrar los hitos de la humanidad.

Podéis encontrar el disco de JM Mantecón, A Brief History of Space Age en  bandcamp.

sábado, 14 de diciembre de 2024

Luciano de Samósata - Historias verdaderas

Luciano de Samósata fue un escritor sirio en lengua griega que vivió en el siglo segundo de nuestra era. Se le enmarca dentro del resurgimiento de la retórica, en la llamada Segunda Sofística. Profundamente escéptico y antidogmático, su estilo satírico revela un carácter pesimista. Le gustaba parodiar textos de historiadores, acusándolos de exagerar los hechos sacrificando la verdad. También satirizó textos filosóficos y religiosos desacreditándolos con gran ironía. Su estilo ha influido en autores posteriores, y ya en su propia época era imitado.

Entre toda su obra destacamos una novela corta donde relata las peripecias de la tripulación de un barco arrastrado a la Luna por una tormenta que duró 79 días. Se titula Historias Verdaderas, de nuevo una parodia de los relatos de viajeros, probablemente inspirada en Los prodigios más allá de Thule (año 100), de Antonio Diógenes. La obra, inverosímil y pintoresca es otra dura crítica a la comedia humana, evitando siempre el moralismo. Con su fino sentido literario, Luciano de Samósata es considerado el primer autor de ciencia-ficción, a pesar que el contenido de la novela se presta a diversas interpretaciones.

En Historias Verdaderas, Luciano y su tripulación se embarcan en una travesía hacia los pilares de Hércules (el estrecho de Gibraltar). Una vez superados, una fuerte tormenta los arrastra hasta la Luna donde viven toda clase de aventuras: descubren jinetes que vuelan sobre buitres de tres cabezas, hombres con cabeza de perro que combaten bajo bellotas aladas, aves gigantescas con legumbres en lugar de plumas, conocen al monarca selenita (Endimión), que era otro humano llevado de la Tierra, y al rey del sol (Faetón).

Luciano de Samósata fue un escritor inteligente, que dominó la lengua y llegó a impartir clases públicas sobre retórica. El personaje de su novela se llama como él para enfatizar en tono autobiográfico. En la novela no falta una gran guerra entre los habitantes de la Luna y el Sol. Describe con sorna las cualidades y costumbres de los selenitas, de quienes dice que nacen de hombres y no conocen a la mujer. El papel de esposa lo asumen alternativamente durante 25 años dentro del matrimonio. La gestación no se verifica en el vientre, sino en la pantorrilla. Pero algunos nacen de árboles, cuya semilla brota de otros hombres. No evacúan, ni tienen, como nosotros, conductos para el caso. Cuando un hombre llega a la vejez, no muere, sino que se disuelve en el aire, como el humo.

Tras varias descripciones del lugar, prosiguen su viaje hacia las constelaciones del zodiaco, siempre empujados por el viento. Son abundantes las ciudades que visitan, las referencias a personajes reales y a otros textos con interés poco velado por parodiarlos. También son abundantes las transcripciones de las historias que les cuentan algunos personajes. Todo es onírico y fantástico, asombroso y disparatado. Fueron tragados por una ballena, donde permanecieron más de nueve meses y conocieron a otros humanos residentes. Bogaron sobre mares de leche, bebieron de las fuentes del placer y la risa, los cuerpos celestes eran islas y su barco un emisario de la Tierra. Luciano abraza el mito renunciando a la ciencia.

Historias Verdaderas es un libro inconcluso, con la promesa burlesca de añadir capítulos posteriores. Es tan inconcebible e intencionalmente ridículo que algunos expertos cuestionan tratarlo como ciencia-ficción. No obstante, ha habido dos intentos conocidos por terminar la novela, a cargo Francisco de la Reguera en el siglo XVII y Nicolas Perrot, el Señor d'Ablancourt en el siglo XVIII.

sábado, 27 de julio de 2024

Estructuras sociales en la ciencia ficción

El género de la ciencia-ficción nos ha ofrecido historias emocionantes, aventuras únicas, personajes míticos y dilemas morales de todo tipo. Es por eso que leemos con avidez y nos sentamos frente a la pantalla para disfrutar de novedades y clásicos.

Como dice el escritor Mario Mendoza, «leer literatura significa, de alguna manera, un desdoblamiento. Cuando lees alguna de las grandes obras de la literatura universal tienes la posibilidad de ingresar en un universo paralelo, en un mundo que no es el tuyo, en una gente, unos comportamientos, unas formas de ser que no son las tuyas. Y eso es un enriquecimiento paulatino. Si tenemos la posibilidad de ser otras personas, ampliamos nuestra manera de entender el mundo. La diferencia entre una persona que lee y otra que no lee, es que la segunda piensa que lo suyo es muy importante, sus opiniones son muy importantes, su vida es muy importante y hasta su dolor es muy importante. La persona que lee, relativiza; ha sido mucho; se ha multiplicado; se expande. Eso es algo que define a los buenos lectores: tienen algo que es atractivo, seductor. Y eso es la multiplicación vertiginosa de sí mismos».

Hoy vamos a desarrollar un aspecto que siempre me ha seducido de este género: las estructuras sociales y familiares. Las historias de anticipación poseen la ventaja de proponer situaciones muy alejadas de la realidad cotidiana. Suele decirse que la realidad supera toda ficción, pero eso es porque algunos no conocen a los Thranx, los Mimbari, los Yilanes o los Thorbob.

Proyectar el futuro permite mostrar nuestra disconformidad con el presente y recrear alternativas. La fabulación especulativa nos ofrece las mejores metáforas para crear representaciones que rompan con las figuraciones del antropoceno y el capitalismo. Hay quien escribe ciencia-ficción reflexionando sobre la muerte del ideal humanístico del hombre y la inseguridad que produce en el corazón de la cultura contemporánea.

Las utopías clásicas se desarrollaron en los siglos XV y XVI. Cuando pensamos en la utopía, viene a nuestra mente la idea de un mundo mejor. Durante el Renacimiento los avances técnicos en navegación permitieron el descubrimiento del nuevo continente. Las posibilidades de la colonización y la dominación de aquellas tierras dispararon el imaginario de quienes vieron la oportunidad de crear mundos en los que empezar de cero.

Utopía (1516), de Tomás Moro, instaura el género utópico ensayístico y literario. A través de él, los pensadores proyectan sociedades deseables donde se ponen en práctica sistemas alternativos de gobierno. En ellos suele aparecer el desarrollo científico como uno de los pilares de los proyectos de renovación social en sistemas homogéneos, eugenésicos y absolutistas.

El género utópico, gestado en el marco del Renacimiento, el humanismo, las bases del capitalismo primitivo y la incipiente modernidad, tiene un origen colonial. Éste ha marcado la mayor parte del imaginario heteropatriarcal, androcéntrico, xenófobo y eurocéntrico que aún pesa en algunas publicaciones. Por no hablar de la propaganda política enmascarada en sociedades colmena. Stanislav Lem es un buen ejemplo de activismo en este sentido. Disfrazó sus puntos de vista como obras alegóricas de ciencia-ficción. Nacido en una Polonia ocupada por nazis y soviéticos, vivió el colectivismo tanto de la variedad nacional socialista como comunista. Lem conocía bien el tema. Pero otros autores simplemente se dejaron influir por la paranoia anticomunista de los años cincuenta. Sus imaginarios no son muy sutiles, pero contienen miedos y preocupaciones muy reales en aquellos años.

En el otro lado, Alexander Bogdánov escribe Estrella roja, cuyo valor socialreside en que muestra la mentalidad del comunista de principios del siglo XX. Bogdánov reproduce a la perfección la ingenuidad de los comunistas en la construcción pacífica, ordenada y estatal del hombre nuevo. El trabajo, las relaciones sexuales, la paternidad, la educación, la vivienda, el suicidio o la alimentación están milimétricamente planificadas por un poder del que Bogdánov no explica su origen. Todo lo dispone un comité de sabios, de ingenieros sociales que toman las decisiones sin control ni consulta. El individuo es un engranaje de la maquinaria social cuyas necesidades vitales cubre el planificador. Claro, no es libre. La diferencia no existe, hasta el punto de que hombres y mujeres son físicamente iguales gracias a ciertos tratamientos médicos. La ciencia está al servicio del poder omnímodo. Es curioso contrastar cómo la utopía de Bogdánov es la distopía de Orwell y Huxley. La escritora Ursula K. Le Guin, en su novela Los desposeídos, adoptaría esta premisa para construir una sociedad sin jerarquías. Uno de sus puntos fuertes es el uso del lenguaje y su relación semántica con los conceptos básicos.

A menudo, los relatos de ciencia-ficción tratan sobre la esperanza de un futuro mejor. Hasta las distopías nos advierten de las consecuencias de las malas decisiones. Ese futuro optimista o nostálgico suele representarse a través de nuevas civilizaciones, a menudo más avanzadas tecnológicamente. Y esta escenificación suele simbolizar las relaciones paterno-filiales. El héroe que debe salvar el futuro de su pueblo, del país o el planeta, ejemplifica la responsabilidad de un hijo que sucede al padre y adquiere la responsabilidad de éste. Es el famoso arco narrativo de las doce etapas.

Esta relación padre-hijo ha dado grandes clásicos literarios. El doctor Frankenstein crea un hijo artificial a través de medios tecnológicos. Se enfrenta a la naturaleza y paga un alto precio. El ser humano no está preparado para dar ese salto sin investigar más profundamente. Marty McFly puede destruirse a sí mismo y a su familia si actúa de forma imprudente al viajar al pasado. De hecho, puede incluso cambiar su realidad si influye de manera irreversible en sus viajes temporales. La figura autoritaria del padre con éxito se traslada a directores de megacorporaciones, sistemas con estructuras tan grandes y complejas que absorben la figura paternal tomando su lugar. Esta pérdida de identidad familiar es un posible ejemplo de los efectos del capitalismo. En muchas novelas, las grandes empresas asumen el rol de un padre tomando la dirección de sus hijos. Las misiones estelares en busca de objetivos desconocidos son una constante en esa férrea disciplina que ejerce la figura paterna. Las franquicias Alien, Avatar y Screamers son buenos ejemplos. Y las habituales rebeliones pueden significar la ruptura con el hijo y su necesaria huida del nido.

Es frecuente observar un planteamiento patriarcal amenazado por un futuro altamente tecnológico e incluso distópico. El padre se ve desplazado del núcleo familiar, y crea un sistema alternativo donde reina en un nuevo status benefactor. Este eufemismo elimina la relación entre familia y sociedad, creando un conjunto de líneas poco definidas. Surge entonces conflicto entre los sentimientos y vínculos humanos, por un lado, y el deber hacia la estructura socioeconómica por el otro. Los trabajadores asumen unos ideales de honradez para complacer a una empresa que no se preocupa en absoluto por ellos. Cuando la corporación agota los recursos de la Tierra, los humanos deben buscar valores en el universo. El padre desaparece otra vez porque la sociedad tecnocrática se ha adaptado para asumir las necesidades de la unidad familiar. La superpoblación deviene en un exceso de burocracia y el individuo entiende que ha de mimetizarse con el entorno para sobrevivir, a menudo evitando las emociones. Esto puede verse en Brazil, donde un padre es incapaz de recordar el nombre de sus hijas. Así distante, mecánica y deshumanizada es la figura paternal del futuro.

En Metropolis ya veíamos este comportamiento distante. El arquitecto de la ciudad se desentiende de su hijo y dirige sus esfuerzos en administrar su creación. Ni siquiera se comunica con él directamente. La desconexión con los valores tradicionales revierte en el desarrollo de su inteligencia. El capitalismo convierte a los seres humanos en máquinas. La nueva economía en la era de la información aumenta el conocimiento cambiando la estructura básica.

Y esto es sólo el planteamiento de nuestro mundo bajo circunstancias extraordinarias. La imaginación de los artistas ha conseguido crear civilizaciones donde este simbolismo se amplía y nos permite reflexionar con la garantía del ensayo.

Por su propia naturaleza, la ciencia-ficción es un gran vehículo para proyectar las preocupaciones por los cambios sociales. Existe incluso una transferencia de conceptos donde el lector y espectador los encarnan. Y uno de los grandes temores es la reinvención completa de la familia en una sociedad tecnológicamente avanzada. Al modificar la dinámica familiar, la ciencia sacude los cimientos tradicionales y permite que los miembros experimenten roles alternativos. Las tendencias actuales apuntan a una mayor dependencia de las máquinas, mecanismos automatizados y redes sociales. En la ciencia ficción, estos temas se han representado simbólicamente mediante el uso de naves espaciales, alienígenas, viajes en el tiempo, ingeniería genética, robots e inteligencias artificiales.

En la novela El robot humano, de Isaac Asimov y Robert Silverberg, tenemos ese claro ejemplo de artefacto tecnológico que se integra en la unidad familiar. Está basado en un relato corto del propio Asimov, El hombre bicentenario, del cual llegó a rodarse un largometraje. Este robot presenta inquietudes humanas y desata el dilema de su propia condición. A medida que se desarrolla como ser vivo, debe enfrentarse a las consecuencias de su transformación. Los miembros de la familia muestran apego emocional a la máquina. En unos casos es clara dependencia de la tecnología, en otros es la proyección de un hijo que no se tuvo.

Es un punto de partida interesante que continúa con la novela Caliban, de Roger MacBride Allen, donde los robots compiten con los humanos por la colonización de la galaxia. Y la tecnología puede terminar formando su propia familia. Es el caso de Blade Runner, donde los replicantes han creado una célula con los roles que derivan de las cualidades con las que fueron diseñados. Se ha perdido el control de lo que significa ser una familia. La tecnología sobrepasa el curso de la vida doméstica. Los ciborgs humanos desarrollan unas relaciones poliamorosas como modos de vida alternativos, sustitutos de unos recuerdos implantados que inspiran comportamientos analíticos. De ese modo terminan combinando roles que forman un cuadro diferente al convencional, quizá conmovedor, pero también inquietante.

La novela La Luna es una Cruel Amante, de Robert Heinlein es, a partes iguales, panfleto político y novela de intriga. Más de un cuarto del total de páginas está destinado a verter la ideología del autor, sentando cátedra de un modo que puede llegar a ser cargante. Pero en esencia es muy similar a muchas obras de espías propias de la Guerra Fría, con la novedad de un superordenador y sus capacidades. En este aspecto es curioso que se especule con estas cosas dado que la novela se escribió a mediados de los años sesenta. También constituye una oportunidad de aplicar ingeniería social, creando una sociedad de frontera, en un asentamiento sobre terreno hostil, y donde el individuo es la base de las relaciones. Su reputación, fundamentada en su honradez, capacidad, acciones y conocimientos, constituye su principal activo. No existen apenas crímenes, las disputas se resuelven cara a cara o, en casos muy especiales, acudiendo de mutuo acuerdo al arbitrio de personalidades de prestigio reconocido. Las muertes tan sólo se castigan con la obligación de asumir las responsabilidades que hubiera tenido el finado el resto de su vida, por lo que es demasiado oneroso para que nadie incurra en tal comportamiento. Por tanto, no existe el estado de bienestar, ni policía, ni tampoco un sistema judicial. No es la típica utopía en las formas, pero en el fondo sigue siendo igual de irrealizable. El propio Heinlein es consciente de esto, apuntando a que sólo es posible debido a lo limitado de la población, y anticipando que la Luna caerá en el futuro en los vicios de la burocracia.

Entre las peculiaridades de la sociedad lunar destaca la concepción de la familia. La proporción de hombres y mujeres, debido a la colonización forzosa, es desigual. Al principio era de 10:1, aunque en el tiempo de la novela se ha estabilizado en una ratio más aceptable de 2:1. Como resultado, se han tenido que adoptar soluciones inadmisibles en la Tierra, como la poliandria generalizada, o incluso más exóticas, como la empleaada por la familia Davis (la de Mannie), que es un matrimonio lineal, en el que periódicamente los esposos aceptan a nuevos miembros más jóvenes, asegurando la continuidad de la familia. Los hijos son de todos, así como la propiedad, y existe cierta jerarquía desde los integrantes más antiguos del matrimonio múltiple a los más nuevos, aunque legalmente cada miembro está casado con todos los demás.

En este contexto de familia ampliada, Marge Piercy escribió el relato Mujer al borde del tiempo. Escrito en 1976, representa un futuro en el que todos los humanos son naturalmente bisexuales, las distinciones sociales y biológicas entre hombres y mujeres se han vuelto irrelevantes. Es una cultura lo suficientemente generosa como para haber superado el estadio ancilar y secundario de la mujer y comparte con los hombres su máxima felicidad: la maternidad. Aunque ahora, más de medio agitado siglo después de su escritura, muchas mujeres probablemente no compartan este juicio de valor. El relato se basa sobre todo en la bisexualidad, una cierta versión de la familia extendida que incluye la relación sexual con varios de sus miembros paralelamente y la integración de la maternidad. Aun así, se trata de una lectura interesante.

En su novela Consecuencias naturales, Elia Barceló propone una raza con un género más que la humana. Nuestro dimorfismo sexual es trasladado a una triple posibilidad biológica sobre la que se levanta un sistema de género perfectamente organizado. En la sociedad Xhroll, cualquier individuo puede convertirse en un abba, con capacidad para albergar vida. Este abba debe ser protegido por otro ciudadano porque carece casi por completo de derechos civiles. Se ha convertido en patrimonio público, un bien común que hay que cuidar y conservar. Las otras dos clases son: los engendradores ari arkhj y los xhrea, cuerpos que ni conciben ni fecundan. La organización social coloca a los xhrea por encima de los otros dos. Ostentan el poder y la decisión de su mundo. Esta cuestión deja ver la arbitrariedad del sistema genérico que, a su vez, sirve para reflexionar sobre el nuestro. Se impone la legitimidad del sistema productivo sobre el reproductivo. La novela añade otro factor interesante como la dimensión lingüística de la realidad, idea que es desarrollada a lo largo de la narración en varios niveles. Evidentemente el lenguaje construye una realidad, y tratar de dotar de un nombre a realidades que exceden aquello que designan las palabras, acaba por forzar los prejuicios ante los hechos.

En el lado opuesto a la multisexualidad se presenta la unisexualidad: tomaremos el ejemplo de El hombre-hembra, una novela de Joanna Russ, premio Nébula 1975. Esta novela habla de cuatro mundos, en uno de los cuales, Whileaway (Pasando el rato) existen solo mujeres desde hace muchos siglos, por haber muerto todos los hombres de una rara enfermedad. Esta sociedad de mujeres presenta parejas que conciben por un método más avanzado que la partenogénesis: la fusión de los óvulos, y las parejas dan a luz, cada una, dos o más hijos que crían en conjunto.

Las whilawayanas dan a luz aproximadamente a los treinta años, una sola hija o gemelas, según las presiones demográficas. Una de las progenitoras genotípicas de estas niñas es la madre biológica, mientras que la progenitora no gestante aporta el otro óvulo. Una familia de treinta personas puede llegar a tener hasta cuatro pares de madre e hija en la guardería común al mismo tiempo. A los veintidós alcanzan la Dignidad Plena y pueden empezar a aprender la profesión hasta entonces prohibida o conseguir un certificado oficial de los conocimientos ya adquiridos. Pueden casarse con algún miembro de una familia ya existente o formar la suya propia. Las relaciones sexuales, que han comenzado en la pubertad, continúan dentro y fuera de la familia, pero sobre todo fuera. Las whileawayanas explican esto de dos maneras: los celos es la primera; y la segunda el ¿por qué no?

Los tabúes de Whileaway son: las relaciones sexuales con cualquiera que sea considerablemente más joven o más vieja, el desperdicio, la ignorancia y ofender a las demás sin intención. Ninguna whileawayana se casa monogámicamente, algunas restringen sus relaciones sexuales a una sola persona, pero no existe una obligación legal. La psicología whileawayana lo atribuye a la desconfianza hacia la madre y a la resistencia a formar un vínculo que implique todos los niveles emocionales, la totalidad de la persona, todo el tiempo.

Esta novela, de marcado carácter feminista, tiene una visión global debido al contacto entre civilizaciones. Cuatro mujeres de diferentes mundos se intercambian y exploran sus propias identidades.

Las utopías donde la sociedad está formada sólo por mujeres se denominan ginotopías. El precedente está en la obra de Christine de Pisan, una intelectual que vivió entre los siglos XIV y XV, en el contexto de la querelle des femmes, el viejo debate académico en defensa de las capacidades intelectuales de las mujeres. Christine reclamaba un territorio propio en La ciudad de las damas (1405). Allí imaginó un mundo gobernado y habitado por mujeres que reclamaban su derecho a la educación y la igualdad. Con esta obra se inaugura una tradición literaria que cobró gran relevancia durante el sufragismo de la primera ola de feminismos anglosajones en el siglo XIX.

La escritora Ursula K Le Guin, reconocida feminista y primera mujer en ser galardonada con el título de Gran Maestra por la SFWA (Asociación de escritores de ciencia ficción y fantasía de Estados Unidos), escribió, en 1969, la novela ganadora de los premios Hugo y Nébula, La mano izquierda de la oscuridad. Enmarcada en su Ciclo del Ekumen, la acción transcurre en el planeta Gueden, una colonia terrestre en la que los habitantes se han convertido en hermafroditas con la capacidad de cambiar de sexo. Son andróginos, biológicamente bisexuales. Durante aproximadamente tres semanas del mes son neutros y en la semana restante se convierten en machos o hembras, según la influencia feromonal de su compañero sexual, aunque si un individuo desea desarrollar un sexo determinado, puede inducírselo por medio de drogas. Esto, por supuesto, afecta la estructura familiar. Así, aunque forme parte de una pareja estable, cada guedeniano puede ser padre o madre de sus hijos en distintos momentos de su vida, e igualmente hijos e hijas de diferentes progenitores. Le Guin aprovecha esta idea para explorar el comportamiento humano cuando el género deja de ser una constante. En ese sentido, la novela marca un hito importante en la creciente sofisticación del tratamiento del sexo que comienza a desarrollarse en la siguiente década.

La escritora Octavia Butler demostró un gran interés por la exploración literaria de la identidad de género. Esta curiosidad le llevó a fantasear con diferentes interpretaciones que la llevaron a la idea de fluidez. Para Butler, el cambio y la fluidez, expresados a través de la adaptación, son esenciales para la supervivencia. Todo el mundo sabe que el cambio es inevitable.

A lo largo de once novelas y nueve relatos, Butler postula que la gente se condiciona por su obstinación en la permanencia. Ocurre con el imperativo heteronormativo de mantener roles de género fijos y la marginación que sufren las personas LGTBI. Lo mismo puede decirse del racismo, ya que los personajes racistas de Butler se resisten al cambio, manteniendo límites rígidos entre ellos y las personas de otras razas. Dada la tenacidad racista y heteronormativa al cambio, incluso podríamos decir que, a la evolución, no tienen ninguna posibilidad de sobrevivir en las novelas de Butler.

En su saga Xenogénesis, la Tierra recibe la visita de una raza alienígena de género triple. Los Oankali pueden ser femeninos, masculinos y Ooloi, sin cuya ayuda no se pueden reproducir. Proponen a los humanos la hibridación a cambio de ayudarles a reparar un mundo devastado por las guerras. Los Oankali buscan el potencial latente de los humanos, pero también ofrecen su ayuda honesta. Lógicamente aparece el conflicto entre quienes reclaman el derecho a la pureza humana. Un grupo resistente se organiza y prefiere sufrir la hostilidad de un planeta arruinado.

Por otro lado, las familias que acepten la hibridación cambiarán su estructura. El modelo más sencillo estará constituido por una hembra, un ooloi y su hijo constructo. Las familias mixtas llegan a los cinco miembros, y los hijos carecen de identidad de género hasta que lo deciden en su madurez. Y es que la imposición de un género puede trastornar el desarrollo de un niño durante sus primeros años. Igualmente, cada hijo puede mantener mayor cercanía con cualquiera de los miembros de la familia según su sintonía particular. Los Ooloi garantizan el placer en el seno familiar, como una clara protesta a los problemas que pueden surgir en la estricta imposición binaria. Hay muchos estudios sobre la obra de Butler. Parece evidente que utilizó el supremacismo blanco, que ella misma advirtió sobre la figura de su madre, para reivindicar la felicidad dentro de una familia homosexual y afroamericana. La célula familiar fue un campo de estudio importante en la obra de Octavia Butler. Y no sólo como unidad biológica sino también enfatizando el valor de la familia elegida.

En la trilogía Xenogénesis, Butler vincula la ideología heteronormativa y sexista de los resistentes humanos con lo que ella llama la contradicción humana, resumida en Ritos de madurez como: La inteligencia al servicio del comportamiento jerárquico. La Contradicción Humana representa la disonancia entre la capacidad de la humanidad para un pensamiento progresista y su compulsión a oprimir mediante la adhesión a cadenas de mando obsoletas.

El debate inteligente y la infinidad de matices hacen de esta saga una lectura imprescindible. Y aunque posee cierto tono pesimista a causa de la mezquindad humana, esa misma tensión empuja el drama de un modo efectivo. Los personajes viven un conflicto eterno ante esta situación que transforma los conceptos establecidos hasta el momento.

La propuesta del tercer género de Octavia Butler recuerda al rol desempeñado por los bardajes en las culturas nativas de américa del norte. Estos individuos eran vistos como especiales, capaces de desafiar la naturaleza. Por tanto, desempeñaban funciones particulares como el chamanismo y rituales diversos. El término bardaja o bardache tiene origen en los estudios antropológicos y arrastra connotaciones negativas. En 1990, tres años más tarde de la publicación de la novela de Butler, se acuñó el término dos espíritus para definir a los individuos al margen de la paridad de género. Fue en la Tercera Conferencia Anual Intertribal Americana de Nativos Americanos, Primeras Naciones, Gays y Lesbianas en Winnipeg. Este término, aunque añade un factor espiritual, sigue siendo controvertido. Primero porque es un neologismo no nativo, y segundo porque los pueblos indígenas se describen a sí mismos como muy unitarios, ni masculinos ni femeninos, y mucho menos como una pareja en un solo cuerpo. El género no es tan relevante fuera de la cultura occidental, tan propensa a las dicotomías.

Las culturas nativas norteamericanas han sido fuente de influencia en la literatura de ciencia ficción de aquel país. En El Nombre del Mundo es Bosque, Ursula K. Le Guin presenta una raza humanoide que vive en armonía con la naturaleza, los athshianos. Estos otorgan también gran importancia a la interpretación de los sueños. Este sistema tribal con conciencia ecológica es habitual en la ciencia-ficción. Recientemente aparece en la saga Avatar.

Las sociedades alienígenas pueden ser todavía más exóticas y diferentes a la nuestra. Y, aun así, contener la idea de ciertos rasgos humanos. La mente colmena es una entidad recurrente en los relatos de invasiones y colonizaciones, y supone la imposición de una conciencia colectiva escindida de un individuo específico. La mente colmena se presenta frecuentemente asociada a especies alienígenas como los insectores (o fórmicos) de la novela El juego de Ender escrita por Orson Scott Card, los sadritas en las novelas de Pascual Enguídanos, los pseudo-arácnicos en la novela Tropas del espacio, de Robert A. Heinlein, los borg de Star Treck. The Next Generation o los killik de La Guerra de las Galaxias. Se trata de especies que se oponen a lo humano, y podría decirse que representan precisamente su antítesis debido a que carecen de voluntad y libre albedrío.

Una de las primeras ocasiones donde observamos una organización semejante es en la novela La primera y última humanidad, escrita por Olaf Stapledon en 1930. Aunque en esta ocasión se trata de una mente colectiva. Podemos remontarnos antes incluso, con la novela Drácula, de Bram Stoker, donde un ser inmortal puede controlar la mente de todos aquellos a quienes ha infectado.

Frente al ideal de una sociedad individualista y liberal, la figura de la mente colmena presenta un panorama desolador. La singularidad de cada individuo es sustituida por una obediencia ciega a un sistema para el que los cuerpos suponen meras entidades sin voluntad. La falta de un instinto de supervivencia propio convierte a los componentes de la mente colmena en entidades fácilmente reemplazables y replicables sin pérdida de autenticidad. Esta utopía conectiva despierta temores respecto al papel de la privacidad y del pensamiento crítico.

La idea de mente colmena o sociedad enjambre tuvo un fuerte impulso en los años cincuenta a raíz del maccarthismo en Estados Unidos. La caza de brujas que activó el senador Joseph McCarthy durante la guerra fría produjo una fuerte sacudida cultural, tanto a nivel de propaganda como de denuncia y resistencia. Encontraron en el comunismo un enemigo común. Lo idealizaron hasta encontrar los peligros que necesitaban y los convirtieron en un eslogan. Pronto aparecieron películas y novelas advirtiendo de amenazas por parte de razas deshumanizadas, sin individualidad, sentimientos ni poder de decisión. De aquella época recordamos Invasores de Marte, Llegó del más allá, La invasión de los ladrones de cuerpos o Hijos del espacio.

Pero también puede extrapolarse a la zombificación de la sociedad sometida al influjo de la tecnología, la superpoblación y la desinformación. Un futuro distópico puede convertirnos en seres manipulables y carentes de iniciativa propia. Las mentes colmena son un género propio de la ciencia-ficción.

En la novela El juego de Ender, los insectores son una raza de características similares a las de los insectos. Aparentemente, evolucionaron en un planeta similar a la Tierra, con un aspecto que debía recordar al de las hormigas. A lo largo de su evolución, los insectores comenzaron a desarrollar un endoesqueleto, el mismo camino seguido por los vertebrados en nuestro planeta, se deshicieron del exoesqueleto propio de los insectos y sus órganos internos se especializaron. Su bioquímica presenta también notables similitudes con la de los organismos terrestres. Por los datos recogidos en el asteroide Eros, su base de avanzada durante la Primera Invasión, los insectores utilizaban para ver la misma región del espectro electromagnético que los humanos. Curiosamente, y a diferencia de otros insectos, el olor, el tacto y el sonido no parecían tener especial importancia.

Socialmente, los insectores comparten también características con los insectos. Su jerarquía está coronada por una reina, que pone los huevos e imparte las órdenes a los zánganos. Es una organización de castas donde las obreras ocupan la parte baja. Sin embargo, su sistema de comunicaciones parece ser instantáneo, gracias a la energía filótica, en la que todos los miembros de la colmena comparten los mismos pensamientos, aunque sólo pueden concentrarse en pocas cosas a la vez. Pero también poseen toda su memoria en ellos mismos, hablando a medida que piensan, por eso no necesitan medios de almacenamiento. El destino de los insectores tendréis que leerlo en la novela.

Larry Niven y Jerry Pournelle son coautores de Ruido de pasos (Footfall). En ella, los alienígenas Fithp se parecen a crías de elefante con múltiples trompas prensiles. Poseen tecnología más avanzada que los humanos, pero no han desarrollado nada por sí solos. En un pasado lejano, otra especie dominaba su planeta. Esta especie predecesora dañó gravemente el medio ambiente, extinguiéndose a sí misma y a muchas otras especies, pero dejó atrás sus conocimientos inscritos en grandes cubos de piedra, del cual los Fithp han obtenido su tecnología. Ante una posible extinción debido a los efectos a largo plazo de las armas biológicas, un grupo de Fithp de alto rango fue seleccionado para escapar a las estrellas. Los Chtaptisk Fithp (Rebaño viajero) se dividen entre Durmientes y Nacidos en el espacio, ya que la nave es a la vez una nave generacional y una nave durmiente. Los líderes originales están subordinados a los nacidos en el espacio, que están preparados para iniciar una civilización basada en los nuevos avances, pero todavía están dedicados al ideal de conquista de generaciones de la antigüedad.

Los Fithp son criaturas de manada y luchan en las guerras de manera diferente a los humanos. Aunque son capaces de actuar de forma independiente hasta cierto punto, son esencialmente miembros de una manada cuya fidelidad a sus pares y superiores va mucho más allá del concepto de lealtad. Cuando dos rebaños se encuentran, luchan hasta que es evidente cuál es el dominante. Entonces cesa la hostilidad y los perdedores se incorporan al rebaño ganador. Los Fithp muestran confusión por los intentos humanos de establecer un contacto pacífico. No entienden el concepto de diplomacia. Consideran a otras especies como presas o depredadores. A los primeros los convierten en esclavos y a los segundos hay que subyugarlos.

Jack Vance propone, en su saga del Ciclo de Tschai, a una raza violenta de aspecto reptiloide: los dirdir. Sus instintos primarios son tan fuertes que las crías deben ser domesticadas antes que educadas. Están orgullosos de sus impulsos animales, al que llaman el viejo estado, y reaccionan instintivamente ante determinadas llamadas de los miembros de su especie, como la petición de ayuda o justicia. Esto hace que su sociedad sea muy conservadora y se mantenga a través de los esfuerzos de los individuos por mantener su estatus y subir de casta.

Ya que por naturaleza son muy violentos, para evitar la guerra constante se apaciguan con los Misterios, cortejo sexual para encontrar alguien adecuado para aparearse, y con la caza, que les apasiona, ya que les recuerda su anterior condición de animales salvajes. Cazan y comen humanos. Sus sirvientes, los hombres-dirdir, se dividen en castas y se operan para ser similares a ellos. Los dirdir solucionan sus crímenes en juicios simples, en los que el acusado puede protestar y es declarado inocente si vence al árbitro en una lucha. No son religiosos.

Larry Niven imaginó una raza llamada Jotoki. son una especie semi-inteligente dotada de ingeniería y mecánica. Físicamente tienen un gran parecido con una gran estrella de mar andante. Cada individuo es, en realidad, una colección de miembros semiautónomos que se unen para formar una sola criatura. El singular Jotok hace referencia a un adulto completamente formado y de cinco extremidades. Dado que las cinco subunidades que componen un individuo Jotok no están necesariamente relacionadas genéticamente, la reproducción no requiere sexo; un Jotok puede simplemente encontrar un estanque y depositar a sus crías para comenzar el ciclo nuevamente. Un Jotok que desee una familia puede simplemente ir al desierto y cosechar un adolescente de la edad adecuada.

Los jóvenes Jotoki crecen solos en los bosques. En una determinada etapa de su crecimiento, el Jotok se imprime en un Jotoki adulto (si hay uno disponible) y entra en una etapa de rápido aprendizaje y crecimiento cerebral. Los Jotoki adultos no impresos se consideran salvajes y poco más que animales. Pueden ser extremadamente peligrosos. Prefieren cazar en grupos grandes y utilizar el elemento sorpresa para atacar a víctimas desprevenidas desde cierta altura. Un Jotok adulto es capaz de esconderse tan bien en la naturaleza que ni siquiera un Kzin podrá detectarlo a tiempo para evitar una emboscada. A los Jotoki les ayuda a esconderse su capacidad de cambiar su olor para imitar el de su entorno.

La imaginación de los escritores nos ha dado la posibilidad de visitar mundos lejanos y conocer especies exóticas. Nos ha permitido reflexionar sobre todo lo diferente. Nos ha facilitado acercarnos a situaciones que jamás contemplaríamos. Pero, sobre todo, nos ha ayudado a hacer lecturas de la sociedad que nos permitirán obtener recursos para gestionar nuestra propia vida. Y ese es un regalo de valor incalculable. Como siempre recomendamos desde Albedo 0.38, apoyad a los autores, mantened viva vuestra curiosidad y tratad de hacer de este mundo un lugar mejor para quienes os sucedan.

viernes, 2 de febrero de 2024

Origen de la spacemusic

Ya hemos documentado la atracción de los músicos por el universo; dedicamos un artículo a las composiciones clásicas inspiradas en el cosmos, y un par más a sintonías electrónicas y música de librería. Por tanto, sabemos que la relación del universo con el arte es algo que ya sucedía mucho antes de la era espacial. Hoy veremos qué circunstancias se dieron para crear este género que tanto nos fascina.

De la música clásica se destilan varios factores. El primero es la intencionalidad de describir una sensación. No me refiero a una epifanía mística o un estado melancólico al observar cierta región estelar. Hablo de las composiciones que intentan evocar la magnitud de los fenómenos astronómicos. Es algo que se produjo sobre todo en la época romántica y la música programática. El Amanecer de Strauss, El Ocaso de Nielsen o La Luna de Dvorak. Pero ya antes, Joseph Haydn compuso el oratorio La Creación tras conversar con el astrónomo William Herschel y escuchar el portentoso uso del órgano en las piezas de Handel. Haydn empleó la técnica de pintura tonal, que consiste en componer música que refleja el sentido literal del texto cantado o la historia en la que se basa. Es una técnica que se remonta al canto gregoriano, pero, como vemos, usada hasta entonces bajo el fuerte influjo de la religión y la espiritualidad.

Otro factor heredado es la tendencia a la grandiosidad. El carácter sinfónico de algunas piezas cósmicas nos recuerda a grandes obras clásicas. De hecho, hay una clara tendencia de algunos músicos de la era espacial hacia las composiciones orquestales.

Hay un precedente del que también hablamos en el episodio de la música clásica. Se trata de la espacialización del sonido. El concepto de música espacial (Raummusik) se introdujo en 1928 en Alemania, en un artículo escrito por Robert Beyer. El término espacialización estaba relacionado con la música electroacústica para denotar la localización y movimiento de las fuentes sonoras en el espacio físico. Aunque está presente en la música occidental desde los tiempos bíblicos en forma de antífona, es a partir de los años 30 cuando se considera un componente específico de las nuevas técnicas musicales. Es obvio que no posee el mismo significado que la música espacial que nosotros reivindicamos, pero sí que hay una conexión en cuanto a una concepción del sonido diferente a la habitual. El músico empieza a considerar las técnicas de composición y grabación como parte de la propia música. El estudio se convierte en un instrumento.

El empleo de equipos electrónicos para crear nuevas sonoridades o manipular grabaciones empieza a normalizarse en la década de los años 30. Compositores como Edgar Varèse, Pierre Schaeffer y Pierre Henry impulsaron el equipo electrónico en el estudio. Nacía la música concreta y las vanguardias musicales. Irrumpían con fuerza instrumentos como el Theremin, el órgano Hammond y el Ondes Martenot. Pero todo esto se detuvo con la Segunda Guerra Mundial, e incluso antes. El nacional-socialismo consideró estas tendencias como decadentes y antialemanas. Desde la llegada de Hitler a la cancillería se inició una persecución de los músicos judíos que estaban introduciendo en el país el jazz, el swing y la experimentación de vanguardia. Tachaba esos estilos como música degenerada, contraria a los altos valores heroicos y patrióticos de la música clásica alemana. Sabía del gran poder de la música como una buena manera de influir y seducir a las masas. De ese modo comenzó una purga que fue bien acogida por otros músicos que se vieron gratamente beneficiados. En 1935 el proceso ya se había consolidado, y no fue hasta quince o veinte años más tarde que volvería a revertirse.

Durante la guerra, algunos compositores se exiliaron a Estados Unidos y continuaron desarrollando sus inquietudes artísticas, pero con tendencia al neoclasicismo, dado el sentido tradicionalista que habitaba en la población nativa por entonces. También hubo avances importantes en el campo tecnológico, como la corriente de polarización (bias) que mejoró notablemente la calidad de las grabaciones magnéticas. Esto sería crucial para el posterior desarrollo de la música concreta.

Entre 1950 y 1967, el Gobierno de Estados Unidos derivó grandes recursos a un programa de propaganda cultural en Europa occidental. Éste se realizó con gran secreto por la Agencia Central de Inteligencia: la CIA. El bloque principal de esta campaña encubierta fue el Congreso por la Libertad Cultural. Eran los años más tensos de la guerra fría y sus logros fueron considerables, empezando por la propia duración del mismo. En su mejor momento, el Congreso por la Libertad Cultural tuvo oficinas en 35 países, contó con docenas de personas contratadas, publicó artículos en más de veinte revistas de prestigio, organizó exposiciones de arte, contó con su propio servicio de noticias y de artículos de opinión, organizó conferencias internacionales del más alto nivel y recompensó a músicos y otros artistas con premios y actuaciones públicas. Su misión, bajo la tapadera de la desnazificación cultural de Alemania, consistía en apartar sutilmente a la intelectualidad de Europa occidental de su prolongada fascinación por el marxismo y el comunismo, a favor de una manera de ver el mundo más en sintonía con “el concepto estadounidense”. La verdad es que las revistas tenían un fuerte sesgo proestadounidense, rayando el panfletismo, pero se logró reunir en ellas un gran número de intelectuales que, de otro modo, nunca habrían trabajado juntos.

En el ámbito musical se concedían importantes becas a compositores exiliados como Andrzej Panufnik o Georges Enesco; se obsequiaba a personalidades como Wilhelm Furtwängler o von Karajan con representaciones de primer nivel sin importar su moral contradictoria. Parecía fácil comprometerse cuando convenía. Al mismo tiempo se promovían actuaciones del Yale Glee Club, un coro de estudiantes universitarios con el que se pretendía probar «la tremenda importancia de las artes en el programa de las universidades como antídoto contra el colectivismo». En 1946, el gobierno militar norteamericano, a través del consejero Wolfgang Steinecke, organizó los Cursos de Verano de la Nueva Música de Darmstadt. Esta audaz iniciativa casi acabó en disturbios después de que la nueva y radical música provocara un desasosiego que degenerase en abierta hostilidad. Hubo críticas al excesivo papel otorgado a la música dodecafónica. Era opinión general que el curso del año siguiente debería ser más variado. En cualquier caso, durante la década de los cincuenta, el alumno destacado Pierre Boulez impuso la estética musical de la vanguardia serialista. Esa sensación mecánica y cerebral se asoció al centro como un término sectario y despectivo. Darmstadt, por supuesto, habría de convertirse en pocos años en bastión de la experimentación vanguardista en el campo de la música.

En 1951, un joven Karlheinz Stockhausen se matriculaba en los cursos de verano de la Darmstadt. Allí conoció a autores dodecafónicos y tuvo contacto con el serialismo. Viajó a París para asistir a un curso con Messiaen, donde conoció a Iannis Xenakis. Al regresar a Alemania inició una colaboración con el Estudio de Música Electrónica de la Radio Oeste de Colonia, en el puesto de asistente del director Herbert Eimert. Ambos publicaron, entre 1957 y 1968, la revista académica Die Reihe (La serie). Gracias a ella consolidaron sus proyectos y perfiles académicos, a través de unos contenidos que consistían en sus trabajos personales y los de los colaboradores del estudio.

Stockhausen fue alumno en la universidad de Bonn de Werner Meyer-Eppler, fundador de ese mismo estudio y reputado fonetista. En 1962 sucedió a Eimert como director del mismo. También empezó a impartir cursos en Darmstadt, donde antes ya realizara piezas electrónicas inspiradas en la aleatoriedad promovida por John Cage. Allí recibieron sus clases músicos que más tarde formarían Jefferson Airplane, Grateful Dead, Can y otros integrantes de bandas de krautrock.

Desde ese momento su popularidad fue creciendo. Su nombre se identificaba con las composiciones mixtas, desplazando incluso a los precursores de la música concreta. A Stockhausen se le atribuye el primer uso de la etiqueta música espacial como el que nosotros entendemos. Postuló una primera división entre Música Concreta, Música Electrónica en Cinta y Música Espacial con los parámetros de localización volumétrica. Pero en 1967 admitió que había quien aseguraba que su música sonaba como desde el espacio exterior o una estrella distante; había quien se sentía viajar a la velocidad de la luz o permanecer inmóvil en la inmensidad del universo. Algunas de sus obras, no todas electrónicas, estaban inspiradas en el cosmos; y músicos de todos los estilos, como Miles Davis, lo reconocieron como una de sus influencias.

En otros países también se potenció el uso y estudio de la electrónica aplicada a la música. En Francia, en 1949, Pierre Henry y Pierre Schaeffer fundaron el Groupe de Recherche de Musique Concrète. En 1958 se refundó como el Groupe de Recherches Musicales (GRM) para la radio nacional francesa. Entre sus actividades destacan la producción de programas, investigación sonora y conservación del patrimonio sonoro. Uno de sus ilustres invitados fue el propio Jean Michel Jarre.

En 1957, el sintetizador RCA Mark II se instaló en los estudios del Centro de Música Electrónica de Columbia Princeton. Este sintetizador, que ocupaba toda una habitación, fue el primero programable (mediante tarjetas perforadas) y contaba con un secuenciador que atrajo a los músicos cansados de cortar y empalmar cintas magnéticas. También posibilitó a los músicos dodecafónicos ejercer un control sin precedentes sobre las composiciones debido al grado de precisión y complejidad rítmica difícil de conseguir con instrumentos acústicos. Esta precisión, como marca del progreso estético generó grandes expectativas para el RCA Mark II y contribuyó a una mayor conciencia de la música electrónica como nueva forma de arte viable.

En 1958 se creó el BBC Radiophonic Workshop, en el Reino Unido, con similares características al GRM. Se multiplicaban los estudios de investigación musical por todo el planeta, desarrollando equipos complejos y exóticos. La seducción por la tecnología era inevitable, aunque su uso y divulgación todavía estaban restringidos al ámbito académico.

Y, de nuevo, en 1958, se publica el que podría ser el primer álbum de música electrónica tonal. Compuesto por Jean Jacques Perrey, se titulaba Prélude au Sommeil. Interpretado con un Ondioline, se grabó con el propósito de inducir el sueño. Jean Marcel Leroy, que era su verdadero nombre, conoció en 1952 a George Jenny, inventor de ese instrumento. Tal fue el impacto, que abandonó sus estudios de medicina y viajó por Europa realizando demostraciones de este teclado.

En 1960, Perrey se trasladó a Nueva York y construyó un laboratorio de experimentación y grabación sonora, financiado por Carroll Bratman. Allí descubrió la música concreta, conoció a Robert Moog y se convirtió en uno de los pioneros de la música electrónica. En 1962 publicó el álbum Musique Electronique du Cosmos.

En 1962 se publica el primer número de la revista Perspectives of new music. Todavía en activo, desarrolla una labor divulgativa de las últimas tendencias en el ámbito musical académico.
En 1963 aparece el primer sintetizador de la firma Buchla. Era un sistema modular controlado por voltaje, por encargo de los músicos Ramón Sender y Morton Subotnick. El instrumento se tocaba a través de varias superficies sensibles al tacto y presión. Junto a una segunda unidad, Morton Subotnick compuso su famoso álbum Silver Apples of the Moon.

En 1964 aparece el primer sintetizador Moog, otro sistema modular controlado por voltaje que podía tocarse a través de un teclado convencional. Robert Moog emplearía grandes esfuerzos en ofrecer a los músicos unos equipos potentes, eficaces y sencillos de manejar y transportar. Comprendió la importancia de la tecnología en la música y el enorme potencial del sintetizador en el desarrollo de esta industria durante las futuras décadas. La mayoría de fabricantes ha imitado su esquema sustractivo al diseñar sus productos. Esta linealidad de los módulos que conforman un sintetizador es aceptada como un estándar y resulta muy práctica al enfrentarse a cualquier equipo por primera vez.
En 1969, Charles Wuorinen compuso la pieza Time's Encomium, convirtiéndose así en el primer ganador del Premio Pulitzer por ser una composición completamente electrónica. Wuorinen utilizó el sintetizador RCA Mark II.

Ese mismo año, Miles Davis publicaba In a Silent Way, un prodigio que fusionaba la música y la tecnología en una obra maestra precursora del ambient.

Los avances tecnológicos en los estudios de grabación fueron decisivos para crear un cambio. Los instrumentos se graban por separado y se mezclan artificialmente, procesándolos y tratando de recrear un ambiente a medida. De esta manera los grupos musicales podían invertir más tiempo explorando las nuevas posibilidades a su alcance. Esto permitió mejorar la calidad de las grabaciones y producir trabajos con una precisión insuperable en directo. Esto genera varias consecuencias. Los álbumes se convierten en una versión mejorada o alternativa del directo. La producción permite a los músicos buscar arreglos complejos y sonoridades artificiales. Las canciones aumentan en complejidad y exigencia con el público. El formato cassette se consolida en el mercado por ser menos aparatoso que el disco y ofrecer un sonido más limpio de impurezas. También facilita la distribución. Estamos en la segunda mitad de los años sesenta y surgen estilos como el rock progresivo, el krautrock, el space rock y el rock sinfónico. Los estilos se funden y bandas de psicodelia como Pink Floyd incluyen de manera reiterativa temáticas espaciales en sus letras.

Como dato anecdótico, Pink Floyd ha sido la primera banda en sonar en el espacio. Los astronautas de la Soyuz TM-7 decían que les relajaba escuchar esta banda. Se decidió que llevarían una copia del álbum Delicate Sound of Thunder a la estación espacial MIR el 28 de noviembre de 1988. David Gilmour y Nick Mason viajaron al Cosmódromo de Baikonur (Kazajistán) para presenciar el lanzamiento.

En 1970 aparecen varios discos desde Alemania. Bajo la etiqueta despectiva del krautrock y kosmischemusik, surgen álbumes como Affestunde, de Popol Vuh y el homónimo de Kraftwerk. Krautrock fue un término que inventó algún periodista inglés para aglutinar la psicodelia, el space rock y el rock progresivo que llegaba desde Alemania. Kosmischemusik parece que fue acuñado por el propio Edgar Froese para evitar aquella visión peyorativa del término. Alemania disfrutaba esos años de una efervescencia cultural fruto de los programas económicos y propagandísticos que citábamos antes. Personalidades como Joseph Beuys llegaban al ámbito político con idearios como la “plástica social”, con la que proponía un nuevo modelo de sociedad. Ésta consistía en educar a todas las personas en la madurez intelectual y propiciar el concepto ampliado del arte.

Sellos como Ohr y Pilz desempeñaron un papel fundamental en la distribución de estas nuevas músicas alemanas. Ohr era un subsello de la sueca Metronome. En aquellos años, la explosión del pop y el rock empujó a los grandes sellos a crear subdelegaciones con una visión más especializada y moderna. Así, EMI lanzó Harvest Records o Philips hizo lo mismo con Vertigo.

Ohr fue el centro neurálgico de la música cósmica alemana. Fundado por el periodista musical Rolf-Ulrich Kaiser, contaba con Conny Plank como ingeniero de sonido y Reinhard Hippen como diseñador gráfico. Publicaron los primeros álbumes de Klaus Schulze, Ash Ra Tempel y Tangerine Dream, entre otros.

El canadiense Mort Garson publicaba ese mismo año Didn't you hear?, una banda sonora de carácter contemplativo y ciertamente oscuro. Mort Garson era un músico experimentado en arreglos y producción musical. En 1967 conoció a Robet Moog y sucumbió al uso de los sintetizadores, publicando trabajos interesantes de corte psicodélico.

En 1971, Tangerine Dream lanza Alpha Centauri y el duo Malcolm Cecil y Robert Margouleff, hace lo propio con Zero time, bajo el seudónimo Tonto's Expanding Head Band. TONTO (The Original New Timbral Orchestra), es un sintetizador polifónico multitímbrico construido por los dos miembros de la banda como una versión desarrollada del sintetizador Moog III. Por su parte, Ash Ra Tempel, Cluster y Neu! lanzan sus primeros álbumes homónimos. Gil Mellé publica la banda sonora del largometraje The Andromeda Strain.

1972 es el año de inicio de la carrera en solitario de Klaus Schulze con su obra Irrlicht. Tangerine Dream publica el inmersivo Zeit y Wendy Carlos lanza Sonic seasonings. La italiana Maria Teresa Luciani publica Suoni di una Città, que deja entrever unas ideas interesantes. Lamentablemente no editó más música.

Estamos en plena era espacial y los grupos reflejan las inquietudes del tiempo que están viviendo. La visión que se tiene de la carrera por el espacio se incorpora al ideario musical. Los músicos adquieren costosos sintetizadores. Se esfuerzan por conseguir sonidos futuristas y mezclas verosímiles en lugares imaginarios. Las técnicas de grabación avanzan con pasos de gigante y se normaliza el procesado del sonido durante la mezcla. Son los años en que se usan de manera creativa los ecos de cinta, las reverberaciones de placas y efectos tan curiosos como el flanger o el phaser. No tardaría en aparecer la primera reverberación digital. Pero ya dedicaremos un monográfico a todas estas herramientas.
Ante el éxito de ciertos músicos electrónicos, las distribuidoras abren la puerta a multitud de ediciones modestas. Debemos sentirnos afortunados porque así es como se conservaron muchas de ellas y podemos disfrutarlas en la actualidad a pesar de sus condiciones limitadas.

En 1973, Vangelis vuelve a colaborar con el director de cine francés Henry Chapier en su largometraje Amore. Ya lo hicieron antes con Sex power. En esta ocasión, la historia se desarrolla en Venecia y consiste en un drama sentimental. No obstante, el sonido del griego tiene toda la profundidad que recuperará en sus discos más espaciales. Destaca también la polifonía que consigue extraer del equipo monofónico que tenía en aquél momento. Esta banda sonora nunca fue publicada, pero puede accederse a ella desde que el instituto de archivos francés facilitara la descarga de las películas de Chapier.

Ese mismo año, Tangerine Dream publica Atem, una suerte de spacemusic primitiva con momentos planeadores, expansivos y contemplativos. El periodista británico John Peel lo nombró álbum del año. Gracias a esa promoción lograron un contrato con el sello Virgin, cuyo adelanto por su siguiente trabajo emplearon en adquirir un sintetizador Moog Modular con el que grabaron Phaedra

Son años de exploración y libertad creativa. La música popular mantiene contactos con la vanguardia e incorpora a sus trabajos sonoridades experimentales. Éstas funcionan muy bien con la spacemusic porque transmiten el misterio de todo aquello que queda por descubrir, la inquietud por la exploración del cosmos. Los pasajes menos tonales provocan emociones sutiles. Son preguntas, interrogantes, cuestiones planteadas en un mar de incertidumbre.

Todavía en 1973 comienza a emitirse el programa de radio Hearts of space, desde San Francisco, Estados Unidos. Su creador, Stephen Hill, lleva emitiendo nuevas músicas desde entonces, pero siempre con el núcleo central orientado al cosmos. No en vano, cada episodio termina con la voz de Stephen diciendo «Viajes seguros, fans del espacio, donde quiera que estéis». En 1984 creó un sello discográfico que publicó autores referenciales como Constance Demby, Kevin Braheny o Michael Stearns.

1974 es otro gran año para la música espacial. Vangelis publica su mastodóntico Heaven and Hell; una obra de referencia dentro del género. Tangerine Dream publica Phaedra, otra gran obra de obligatoria audición. Václav Nelhýbel publica Outer Space, un álbum futurista y por momentos espeluznante. Con el uso ingenioso del eco y la reverberación artificial, los instrumentos acústicos adquieren una sonoridad extraña, espacial y abrumadora.

En 1975, Larry Fast, bajo su seudónimo Synergy, lanza el álbum Electronic Realizations For Rock Orchestra. El disco está influido por el rock progresivo y sinfónico. Es una manera de ver el universo elegante y dinámica. Klaus Schulze publica el interesante Timewind. Es un trabajo atmosférico y ambiental, precursor de estilos secuenciales. Todo el recorrido es un auténtico vuelo por atmósferas de otros planetas.

En ese mismo 1975, Ned Lagin, quien tocó en varias giras con el grupo Grateful Dead, lanza el disco Seastones. La autoría es compartida con Phil Lesh, un miembro fundador de Grateful Dead. Además, participaron otros miembros en la grabación, como Jerry García o Mickey Hart. Ned Lagin compuso esta obra durante cuatro años y la describió como “biomúsica electrónica robótica”. Fue grabada en la misma cantidad de estudios, mezclada en un quinto y masterizada en un sexto, sin contar otros adicionales. Gran parte del álbum consta de instrumentos tradicionales (bajo, guitarra y voz) y un conjunto de sintetizadores (el E-mu Modular Synthesizer, ARP 2500 y 2600, y el Buchla Modular System) procesados ​​a través de tecnología informática de vanguardia. Parte del software e interfaz estaban creados por el propio Lagin. Los sistemas controlados por computadora fueron diseñados y construidos para presentaciones grupales en vivo. Los instrumentos y las voces de los intérpretes se direccionaban a través de hardware de procesamiento y síntesis analógico y digital. Seastones fue una de las primeras grabaciones lanzadas comercialmente que incluyó el uso de computadoras digitales, y Lagin fue el primero en actuar en un escenario en vivo con computadoras. La grabación original era cuadrafónica.

Si todas estas obras no fueran suficientes para consolidar un género tan asombroso, en 1976 se publicó Oxygene, de Jean-Michel Jarre, otra obra maestra que marcaría un antes y un después para la música electrónica. Su accesibilidad musical y calidad sonora lo convirtieron en uno de los mayores superventas de todos los tiempos. La minuciosidad de Jarre es patente en Oxygene. Tras una apariencia sencilla, hay un enorme trabajo de producción. No sólo es la profundidad y transparencia sonora, sino los detalles que magnifican las melodías y secuencias. El sentido rítmico del francés terminó por construir un álbum muy sólido. Tanto la portada de Michel Granger como la temática del álbum presentan otro de los factores que definen la música espacial: la reflexión sobre el avance de la tecnología y el impacto que ésta tiene en el planeta. La spacemusic es un homenaje a la evolución del ser humano y sus conquistas científicas, así como una mirada nostálgica hacia un pasado que no volverá.

No menos recomendables ese mismo año son Plantasia, de Mort Garson, Moondawn de Klaus Schulze y, por supuesto, Albedo 0.39, de Vangelis.

Y todavía en 1976 comienza a emitirse otro de los programas de radio más longevos, desde Filadelfia, Estados Unidos. Se trata de Stars end, cuyo título fue extraído de la novela de Isaac Asimov. Fundado por Steve Pross y John Diliberto, ha contado con presentadores tan relevantes como Chuck van Zyl, quien promocionó las actuaciones en directo desde el propio estudio de la radio. Bautizadas como The gathering series, por allí han pasado músicos de la talla de Steve Roach, Robert Rich, Jonn Serrie o Vir Unis.

Y no podemos olvidar el magazine Synapse. Aunque cesó su publicación tres años más tarde, se convirtió en un referente de la música electrónica en la época de consolidación de los sintetizadores.
1977 fue el año para Zanov y su álbum Green ray, Richard Pinhas con su Rhizosphere y los españoles Neuronium con su debut Quasar 2C361.

1978 fue otro año de grandes lanzamientos. Jean-Michel Jarre y su Equinoxe, Vangelis y Beaubourg, Neuronium con Vuelo químico, Joel Fajerman con Racines Synthetiques, Wolfgang Riechmann con Wunderbar, Baffo Banfi con Galaxy my dear y Michael Hoenig con Departure from the northern wasteland, un claro ejemplo secuencial de escuela de Berlín.

En 1979, Baffo Banfi graba Ma, dolce vita

En 1980, Wolfgang Bock lanza Cycles

En 1981, Jean-Michel Jarre publica Magnetic Fields y Rolf Trostel, Inselmusik

En 1982, Synergy publica The jupiter menace

Podría seguir varios años más. Todavía quedan por aparecer grandes álbumes como Blade Runner, de Vangelis o Rendez-vous de Jean-Michel Jarre. Todavía es época de la prensa local, de magazines y fanzines, de apoyo a músicos de todos los niveles en salas de cualquier tamaño. Es época de registrar en cinta magnética y ahorrar para comprar equipos que reprodujeran la música con la mayor fidelidad. Pero el tiempo corre y surgen nuevas tendencias. La era espacial va disipándose en favor de otros estilos electrónicos más terrenales y prosaicos. La spacedisco intermedia hacia el synth-pop, y éste a innumerables géneros urbanos y bailables. Pero esa es otra historia. Caminar supone llegar lejos. Llegar lejos supone regresar.