El género de la ciencia-ficción nos ha ofrecido
historias emocionantes, aventuras únicas, personajes míticos y dilemas morales
de todo tipo. Es por eso que leemos con avidez y nos sentamos frente a la
pantalla para disfrutar de novedades y clásicos.
Como dice el escritor Mario Mendoza, «leer literatura significa, de alguna manera,
un desdoblamiento. Cuando lees alguna de las grandes obras de la literatura
universal tienes la posibilidad de ingresar en un universo paralelo, en un
mundo que no es el tuyo, en una gente, unos comportamientos, unas formas de ser
que no son las tuyas. Y eso es un enriquecimiento paulatino. Si tenemos la
posibilidad de ser otras personas, ampliamos nuestra manera de entender el
mundo. La diferencia entre una persona que lee y otra que no lee, es que la
segunda piensa que lo suyo es muy importante, sus opiniones son muy
importantes, su vida es muy importante y hasta su dolor es muy importante. La
persona que lee, relativiza; ha sido mucho; se ha multiplicado; se expande. Eso
es algo que define a los buenos lectores: tienen algo que es atractivo,
seductor. Y eso es la multiplicación vertiginosa de sí mismos».
Hoy vamos a desarrollar un aspecto que siempre me ha seducido
de este género: las estructuras sociales y familiares. Las historias de
anticipación poseen la ventaja de proponer situaciones muy alejadas de la
realidad cotidiana. Suele decirse que la realidad supera toda ficción, pero eso
es porque algunos no conocen a los Thranx, los Mimbari, los Yilanes o los
Thorbob.
Proyectar el futuro
permite mostrar nuestra disconformidad con el presente y recrear alternativas.
La fabulación especulativa nos ofrece las mejores metáforas para crear
representaciones que rompan con las figuraciones del antropoceno y el
capitalismo. Hay quien escribe ciencia-ficción reflexionando sobre la muerte del
ideal humanístico del hombre y la inseguridad que produce en el corazón de la
cultura contemporánea.
Las utopías
clásicas se desarrollaron en los siglos XV y XVI. Cuando pensamos en la utopía,
viene a nuestra mente la idea de un mundo mejor. Durante el Renacimiento los
avances técnicos en navegación permitieron el descubrimiento del nuevo
continente. Las posibilidades de la colonización y la dominación de aquellas
tierras dispararon el imaginario de quienes vieron la oportunidad de crear
mundos en los que empezar de cero.
Utopía (1516), de Tomás Moro, instaura el género utópico
ensayístico y literario. A través de él, los pensadores proyectan sociedades
deseables donde se ponen en práctica sistemas alternativos de gobierno. En ellos
suele aparecer el desarrollo científico como uno de los pilares de los
proyectos de renovación social en sistemas homogéneos, eugenésicos y
absolutistas.
El género utópico,
gestado en el marco del Renacimiento, el humanismo, las bases del capitalismo
primitivo y la incipiente modernidad, tiene un origen colonial. Éste ha marcado
la mayor parte del imaginario heteropatriarcal, androcéntrico, xenófobo y
eurocéntrico que aún pesa en algunas publicaciones. Por no hablar de la
propaganda política enmascarada en sociedades colmena. Stanislav Lem es un buen ejemplo de activismo en este sentido. Disfrazó
sus puntos de vista como obras alegóricas de ciencia-ficción. Nacido en una
Polonia ocupada por nazis y soviéticos, vivió el colectivismo tanto de la
variedad nacional socialista como comunista. Lem conocía bien el tema. Pero otros autores simplemente se dejaron
influir por la paranoia anticomunista de los años cincuenta. Sus imaginarios no
son muy sutiles, pero contienen miedos y preocupaciones muy reales en aquellos
años.
En el otro lado, Alexander Bogdánov escribe Estrella roja, cuyo valor socialreside
en que muestra la mentalidad del comunista de principios del siglo XX. Bogdánov reproduce a la perfección la
ingenuidad de los comunistas en la construcción pacífica, ordenada y estatal
del hombre nuevo. El trabajo, las relaciones sexuales, la paternidad, la
educación, la vivienda, el suicidio o la alimentación están milimétricamente
planificadas por un poder del que Bogdánov
no explica su origen. Todo lo dispone un comité de sabios, de ingenieros
sociales que toman las decisiones sin control ni consulta. El individuo es un
engranaje de la maquinaria social cuyas necesidades vitales cubre el
planificador. Claro, no es libre. La diferencia no existe, hasta el punto de
que hombres y mujeres son físicamente iguales gracias a ciertos tratamientos
médicos. La ciencia está al servicio del poder omnímodo. Es curioso contrastar
cómo la utopía de Bogdánov es la distopía de Orwell y Huxley. La
escritora Ursula K. Le Guin, en su
novela Los desposeídos, adoptaría
esta premisa para construir una sociedad sin jerarquías. Uno de sus puntos
fuertes es el uso del lenguaje y su relación semántica con los conceptos
básicos.
A menudo, los
relatos de ciencia-ficción tratan sobre la esperanza de un futuro mejor. Hasta
las distopías nos advierten de las consecuencias de las malas decisiones. Ese
futuro optimista o nostálgico suele representarse a través de nuevas
civilizaciones, a menudo más avanzadas tecnológicamente. Y esta escenificación
suele simbolizar las relaciones paterno-filiales. El héroe que debe salvar el
futuro de su pueblo, del país o el planeta, ejemplifica la responsabilidad de
un hijo que sucede al padre y adquiere la responsabilidad de éste. Es el famoso
arco narrativo de las doce etapas.
Esta relación
padre-hijo ha dado grandes clásicos literarios. El doctor Frankenstein crea un hijo artificial a través de medios
tecnológicos. Se enfrenta a la naturaleza y paga un alto precio. El ser humano
no está preparado para dar ese salto sin investigar más profundamente. Marty McFly puede destruirse a sí mismo
y a su familia si actúa de forma imprudente al viajar al pasado. De hecho,
puede incluso cambiar su realidad si influye de manera irreversible en sus
viajes temporales. La figura autoritaria del padre con éxito se traslada a directores
de megacorporaciones, sistemas con estructuras tan grandes y complejas que
absorben la figura paternal tomando su lugar. Esta pérdida de identidad
familiar es un posible ejemplo de los efectos del capitalismo. En muchas
novelas, las grandes empresas asumen el rol de un padre tomando la dirección de
sus hijos. Las misiones estelares en busca de objetivos desconocidos son una
constante en esa férrea disciplina que ejerce la figura paterna. Las
franquicias Alien, Avatar y Screamers son buenos ejemplos. Y las habituales rebeliones pueden
significar la ruptura con el hijo y su necesaria huida del nido.
Es frecuente
observar un planteamiento patriarcal amenazado por un futuro altamente
tecnológico e incluso distópico. El padre se ve desplazado del núcleo familiar,
y crea un sistema alternativo donde reina en un nuevo status benefactor. Este
eufemismo elimina la relación entre familia y sociedad, creando un conjunto de líneas
poco definidas. Surge entonces conflicto entre los sentimientos y vínculos
humanos, por un lado, y el deber hacia la estructura socioeconómica por el otro.
Los trabajadores asumen unos ideales de honradez para complacer a una empresa
que no se preocupa en absoluto por ellos. Cuando la corporación agota los
recursos de la Tierra, los humanos deben buscar valores en el universo. El
padre desaparece otra vez porque la sociedad tecnocrática se ha adaptado para
asumir las necesidades de la unidad familiar. La superpoblación deviene en un
exceso de burocracia y el individuo entiende que ha de mimetizarse con el
entorno para sobrevivir, a menudo evitando las emociones. Esto puede verse en Brazil, donde un padre es incapaz de
recordar el nombre de sus hijas. Así distante, mecánica y deshumanizada es la
figura paternal del futuro.
En Metropolis ya veíamos este
comportamiento distante. El arquitecto de la ciudad se desentiende de su hijo y
dirige sus esfuerzos en administrar su creación. Ni siquiera se comunica con él
directamente. La desconexión con los valores tradicionales revierte en el
desarrollo de su inteligencia. El capitalismo convierte a los seres humanos en
máquinas. La nueva economía en la era de la información aumenta el conocimiento
cambiando la estructura básica.
Y esto es sólo el
planteamiento de nuestro mundo bajo circunstancias extraordinarias. La
imaginación de los artistas ha conseguido crear civilizaciones donde este
simbolismo se amplía y nos permite reflexionar con la garantía del ensayo.
Por su propia
naturaleza, la ciencia-ficción es un gran vehículo para proyectar las
preocupaciones por los cambios sociales. Existe incluso una transferencia de
conceptos donde el lector y espectador los encarnan. Y uno de los grandes
temores es la reinvención completa de la familia en una sociedad
tecnológicamente avanzada. Al modificar la dinámica familiar, la ciencia sacude
los cimientos tradicionales y permite que los miembros experimenten roles
alternativos. Las tendencias actuales apuntan a una mayor dependencia de las
máquinas, mecanismos automatizados y redes sociales. En la ciencia ficción,
estos temas se han representado simbólicamente mediante el uso de naves
espaciales, alienígenas, viajes en el tiempo, ingeniería genética, robots e
inteligencias artificiales.
En la novela El robot humano, de Isaac Asimov y Robert Silverberg, tenemos ese claro ejemplo de artefacto
tecnológico que se integra en la unidad familiar. Está basado en un relato
corto del propio Asimov, El hombre
bicentenario, del cual llegó a rodarse un largometraje. Este robot presenta
inquietudes humanas y desata el dilema de su propia condición. A medida que se
desarrolla como ser vivo, debe enfrentarse a las consecuencias de su
transformación. Los miembros de la familia muestran apego emocional a la
máquina. En unos casos es clara dependencia de la tecnología, en otros es la
proyección de un hijo que no se tuvo.
Es un punto de
partida interesante que continúa con la novela Caliban, de Roger MacBride
Allen, donde los robots compiten con los humanos por la colonización de la
galaxia. Y la tecnología puede terminar formando su propia familia. Es el caso
de Blade Runner, donde los
replicantes han creado una célula con los roles que derivan de las cualidades
con las que fueron diseñados. Se ha perdido el control de lo que significa ser
una familia. La tecnología sobrepasa el curso de la vida doméstica. Los ciborgs
humanos desarrollan unas relaciones poliamorosas como modos de vida
alternativos, sustitutos de unos recuerdos implantados que inspiran
comportamientos analíticos. De ese modo terminan combinando roles que forman un
cuadro diferente al convencional, quizá conmovedor, pero también inquietante.
La novela La Luna es una Cruel Amante, de Robert Heinlein es, a partes iguales,
panfleto político y novela de intriga. Más de un cuarto del total de páginas está
destinado a verter la ideología del autor, sentando cátedra de un modo que
puede llegar a ser cargante. Pero en esencia es muy similar a muchas obras de
espías propias de la Guerra Fría, con la novedad de un superordenador y sus
capacidades. En este aspecto es curioso que se especule con estas cosas dado
que la novela se escribió a mediados de los años sesenta. También constituye
una oportunidad de aplicar ingeniería social, creando una sociedad de frontera,
en un asentamiento sobre terreno hostil, y donde el individuo es la base de las
relaciones. Su reputación, fundamentada en su honradez, capacidad, acciones y
conocimientos, constituye su principal activo. No existen apenas crímenes, las
disputas se resuelven cara a cara o, en casos muy especiales, acudiendo de
mutuo acuerdo al arbitrio de personalidades de prestigio reconocido. Las
muertes tan sólo se castigan con la obligación de asumir las responsabilidades
que hubiera tenido el finado el resto de su vida, por lo que es demasiado
oneroso para que nadie incurra en tal comportamiento. Por tanto, no existe el
estado de bienestar, ni policía, ni tampoco un sistema judicial. No es la
típica utopía en las formas, pero en el fondo sigue siendo igual de
irrealizable. El propio Heinlein es
consciente de esto, apuntando a que sólo es posible debido a lo limitado de la
población, y anticipando que la Luna caerá en el futuro en los vicios de la
burocracia.
Entre las
peculiaridades de la sociedad lunar destaca la concepción de la familia. La
proporción de hombres y mujeres, debido a la colonización forzosa, es desigual.
Al principio era de 10:1, aunque en el tiempo de la novela se ha estabilizado
en una ratio más aceptable de 2:1. Como resultado, se han tenido que adoptar
soluciones inadmisibles en la Tierra, como la poliandria generalizada, o
incluso más exóticas, como la empleaada por la familia Davis (la de Mannie),
que es un matrimonio lineal, en el que periódicamente los esposos aceptan a
nuevos miembros más jóvenes, asegurando la continuidad de la familia. Los hijos
son de todos, así como la propiedad, y existe cierta jerarquía desde los
integrantes más antiguos del matrimonio múltiple a los más nuevos, aunque
legalmente cada miembro está casado con todos los demás.
En este contexto de
familia ampliada, Marge Piercy
escribió el relato Mujer al borde del
tiempo. Escrito en 1976, representa un futuro en el que todos los humanos
son naturalmente bisexuales, las distinciones sociales y biológicas entre
hombres y mujeres se han vuelto irrelevantes. Es una cultura lo suficientemente
generosa como para haber superado el estadio ancilar y secundario de la mujer y
comparte con los hombres su máxima felicidad: la maternidad. Aunque ahora, más
de medio agitado siglo después de su escritura, muchas mujeres probablemente no
compartan este juicio de valor. El relato se basa sobre todo en la
bisexualidad, una cierta versión de la familia extendida que incluye la
relación sexual con varios de sus miembros paralelamente y la integración de la
maternidad. Aun así, se trata de una lectura interesante.
En su novela Consecuencias naturales, Elia Barceló propone una raza con un
género más que la humana. Nuestro dimorfismo sexual es trasladado a una triple
posibilidad biológica sobre la que se levanta un sistema de género
perfectamente organizado. En la sociedad Xhroll,
cualquier individuo puede convertirse en un abba, con capacidad para albergar vida. Este abba debe ser protegido por otro ciudadano porque carece casi por
completo de derechos civiles. Se ha convertido en patrimonio público, un bien
común que hay que cuidar y conservar. Las otras dos clases son: los
engendradores ari arkhj y los xhrea, cuerpos que ni conciben ni
fecundan. La organización social coloca a los xhrea por encima de los otros dos. Ostentan el poder y la decisión
de su mundo. Esta cuestión deja ver la arbitrariedad del sistema genérico que,
a su vez, sirve para reflexionar sobre el nuestro. Se impone la legitimidad del
sistema productivo sobre el reproductivo. La novela añade otro factor
interesante como la dimensión lingüística de la realidad, idea que es
desarrollada a lo largo de la narración en varios niveles. Evidentemente el
lenguaje construye una realidad, y tratar de dotar de un nombre a realidades
que exceden aquello que designan las palabras, acaba por forzar los prejuicios
ante los hechos.
En el lado opuesto
a la multisexualidad se presenta la unisexualidad: tomaremos el ejemplo de El hombre-hembra, una novela de Joanna Russ, premio Nébula 1975. Esta
novela habla de cuatro mundos, en uno de los cuales, Whileaway (Pasando el rato) existen solo mujeres desde hace muchos
siglos, por haber muerto todos los hombres de una rara enfermedad. Esta
sociedad de mujeres presenta parejas que conciben por un método más avanzado
que la partenogénesis: la fusión de los óvulos, y las parejas dan a luz, cada
una, dos o más hijos que crían en conjunto.
Las whilawayanas dan a luz aproximadamente
a los treinta años, una sola hija o gemelas, según las presiones demográficas.
Una de las progenitoras genotípicas de estas niñas es la madre biológica,
mientras que la progenitora no gestante aporta el otro óvulo. Una familia de
treinta personas puede llegar a tener hasta cuatro pares de madre e hija en la guardería
común al mismo tiempo. A los veintidós alcanzan la Dignidad Plena y pueden empezar a aprender la profesión hasta
entonces prohibida o conseguir un certificado oficial de los conocimientos ya
adquiridos. Pueden casarse con algún miembro de una familia ya existente o
formar la suya propia. Las relaciones sexuales, que han comenzado en la
pubertad, continúan dentro y fuera de la familia, pero sobre todo fuera. Las whileawayanas explican esto de dos
maneras: los celos es la primera; y
la segunda el ¿por qué no?
Los tabúes de Whileaway son: las relaciones sexuales
con cualquiera que sea considerablemente más joven o más vieja, el desperdicio,
la ignorancia y ofender a las demás sin intención. Ninguna whileawayana se casa monogámicamente, algunas restringen sus
relaciones sexuales a una sola persona, pero no existe una obligación legal. La
psicología whileawayana lo atribuye
a la desconfianza hacia la madre y a la resistencia a formar un vínculo que
implique todos los niveles emocionales, la totalidad de la persona, todo el
tiempo.
Esta novela, de
marcado carácter feminista, tiene una visión global debido al contacto entre
civilizaciones. Cuatro mujeres de diferentes mundos se intercambian y exploran
sus propias identidades.
Las utopías donde
la sociedad está formada sólo por mujeres se denominan ginotopías. El precedente está en la obra de Christine de Pisan, una intelectual que vivió entre los siglos XIV
y XV, en el contexto de la querelle des
femmes, el viejo debate académico en defensa de las capacidades
intelectuales de las mujeres. Christine reclamaba un territorio propio en La ciudad de las damas (1405). Allí imaginó
un mundo gobernado y habitado por mujeres que reclamaban su derecho a la
educación y la igualdad. Con esta obra se inaugura una tradición literaria que cobró
gran relevancia durante el sufragismo de la primera ola de feminismos
anglosajones en el siglo XIX.
La escritora Ursula K Le Guin, reconocida feminista
y primera mujer en ser galardonada con el título de Gran Maestra por la SFWA
(Asociación de escritores de ciencia ficción y fantasía de Estados Unidos),
escribió, en 1969, la novela ganadora de los premios Hugo y Nébula, La mano izquierda de la oscuridad.
Enmarcada en su Ciclo del Ekumen, la acción transcurre en el planeta Gueden, una colonia terrestre en la que
los habitantes se han convertido en hermafroditas con la capacidad de cambiar
de sexo. Son andróginos, biológicamente bisexuales. Durante aproximadamente
tres semanas del mes son neutros y en la semana restante se convierten en
machos o hembras, según la influencia feromonal de su compañero sexual, aunque
si un individuo desea desarrollar un sexo determinado, puede inducírselo por
medio de drogas. Esto, por supuesto, afecta la estructura familiar. Así, aunque
forme parte de una pareja estable, cada guedeniano puede ser padre o madre de
sus hijos en distintos momentos de su vida, e igualmente hijos e hijas de
diferentes progenitores. Le Guin
aprovecha esta idea para explorar el comportamiento humano cuando el género
deja de ser una constante. En ese sentido, la novela marca un hito importante
en la creciente sofisticación del tratamiento del sexo que comienza a
desarrollarse en la siguiente década.
La escritora Octavia Butler demostró un gran interés
por la exploración literaria de la identidad de género. Esta curiosidad le
llevó a fantasear con diferentes interpretaciones que la llevaron a la idea de fluidez.
Para Butler, el cambio y la fluidez, expresados a través de la adaptación, son
esenciales para la supervivencia. Todo el mundo sabe que el cambio es inevitable.
A lo largo de once
novelas y nueve relatos, Butler
postula que la gente se condiciona por su obstinación en la permanencia. Ocurre
con el imperativo heteronormativo de mantener roles de género fijos y la
marginación que sufren las personas LGTBI. Lo mismo puede decirse del racismo,
ya que los personajes racistas de Butler
se resisten al cambio, manteniendo límites rígidos entre ellos y las personas
de otras razas. Dada la tenacidad racista y heteronormativa al cambio, incluso
podríamos decir que, a la evolución, no tienen ninguna posibilidad de
sobrevivir en las novelas de Butler.
En su saga Xenogénesis, la Tierra recibe la visita
de una raza alienígena de género triple. Los Oankali pueden ser femeninos, masculinos y Ooloi, sin cuya ayuda no se pueden reproducir. Proponen a los
humanos la hibridación a cambio de ayudarles a reparar un mundo devastado por
las guerras. Los Oankali buscan el
potencial latente de los humanos, pero también ofrecen su ayuda honesta.
Lógicamente aparece el conflicto entre quienes reclaman el derecho a la pureza
humana. Un grupo resistente se organiza y prefiere sufrir la hostilidad de un
planeta arruinado.
Por otro lado, las
familias que acepten la hibridación cambiarán su estructura. El modelo más
sencillo estará constituido por una hembra, un ooloi y su hijo constructo. Las
familias mixtas llegan a los cinco miembros, y los hijos carecen de identidad
de género hasta que lo deciden en su madurez. Y es que la imposición de un
género puede trastornar el desarrollo de un niño durante sus primeros años. Igualmente,
cada hijo puede mantener mayor cercanía con cualquiera de los miembros de la
familia según su sintonía particular. Los Ooloi garantizan el placer en el seno
familiar, como una clara protesta a los problemas que pueden surgir en la
estricta imposición binaria. Hay muchos estudios sobre la obra de Butler. Parece
evidente que utilizó el supremacismo blanco, que ella misma advirtió sobre la
figura de su madre, para reivindicar la felicidad dentro de una familia
homosexual y afroamericana. La célula familiar fue un campo de estudio
importante en la obra de Octavia Butler.
Y no sólo como unidad biológica sino también enfatizando el valor de la familia
elegida.
En la trilogía Xenogénesis, Butler vincula la
ideología heteronormativa y sexista de los resistentes humanos con lo que ella
llama la contradicción humana,
resumida en Ritos de madurez como: La inteligencia al servicio del
comportamiento jerárquico. La Contradicción Humana representa la disonancia
entre la capacidad de la humanidad para un pensamiento progresista y su
compulsión a oprimir mediante la adhesión a cadenas de mando obsoletas.
El debate
inteligente y la infinidad de matices hacen de esta saga una lectura
imprescindible. Y aunque posee cierto tono pesimista a causa de la mezquindad
humana, esa misma tensión empuja el drama de un modo efectivo. Los personajes
viven un conflicto eterno ante esta situación que transforma los conceptos
establecidos hasta el momento.
La propuesta del
tercer género de Octavia Butler recuerda al rol desempeñado por los bardajes en
las culturas nativas de américa del norte. Estos individuos eran vistos como
especiales, capaces de desafiar la naturaleza. Por tanto, desempeñaban
funciones particulares como el chamanismo y rituales diversos. El término
bardaja o bardache tiene origen en los estudios antropológicos y arrastra
connotaciones negativas. En 1990, tres años más tarde de la publicación de la
novela de Butler, se acuñó el término dos
espíritus para definir a los individuos al margen de la paridad de género. Fue
en la Tercera Conferencia Anual
Intertribal Americana de Nativos Americanos, Primeras Naciones, Gays y
Lesbianas en Winnipeg. Este término, aunque añade un factor espiritual,
sigue siendo controvertido. Primero porque es un neologismo no nativo, y
segundo porque los pueblos indígenas se describen a sí mismos como muy
unitarios, ni masculinos ni femeninos, y mucho menos como una pareja en un solo
cuerpo. El género no es tan relevante fuera de la cultura occidental, tan
propensa a las dicotomías.
Las culturas
nativas norteamericanas han sido fuente de influencia en la literatura de
ciencia ficción de aquel país. En El
Nombre del Mundo es Bosque, Ursula K. Le Guin presenta una raza humanoide que
vive en armonía con la naturaleza, los athshianos.
Estos otorgan también gran importancia a la interpretación de los sueños. Este
sistema tribal con conciencia ecológica es habitual en la ciencia-ficción.
Recientemente aparece en la saga Avatar.
Las sociedades
alienígenas pueden ser todavía más exóticas y diferentes a la nuestra. Y, aun
así, contener la idea de ciertos rasgos humanos. La mente colmena es una entidad recurrente en los relatos de
invasiones y colonizaciones, y supone la imposición de una conciencia colectiva
escindida de un individuo específico. La mente colmena se presenta
frecuentemente asociada a especies alienígenas como los insectores (o fórmicos) de la novela El juego de Ender escrita por Orson Scott Card, los sadritas en las novelas de Pascual
Enguídanos, los pseudo-arácnicos en la novela Tropas del espacio, de Robert A. Heinlein, los borg de Star Treck. The Next Generation o los killik de La Guerra de las Galaxias. Se trata de especies que se
oponen a lo humano, y podría decirse que representan precisamente su antítesis
debido a que carecen de voluntad y libre albedrío.
Una de las primeras
ocasiones donde observamos una organización semejante es en la novela La primera y última humanidad, escrita
por Olaf Stapledon en 1930. Aunque
en esta ocasión se trata de una mente colectiva. Podemos remontarnos antes
incluso, con la novela Drácula, de Bram Stoker, donde un ser inmortal
puede controlar la mente de todos aquellos a quienes ha infectado.
Frente al ideal de
una sociedad individualista y liberal, la figura de la mente colmena presenta
un panorama desolador. La singularidad de cada individuo es sustituida por una
obediencia ciega a un sistema para el que los cuerpos suponen meras entidades
sin voluntad. La falta de un instinto de supervivencia propio convierte a los
componentes de la mente colmena en entidades fácilmente reemplazables y
replicables sin pérdida de autenticidad. Esta utopía conectiva despierta
temores respecto al papel de la privacidad y del pensamiento crítico.
La idea de mente
colmena o sociedad enjambre tuvo un fuerte impulso en los años cincuenta a raíz
del maccarthismo en Estados Unidos. La caza de brujas que activó el senador
Joseph McCarthy durante la guerra fría produjo una fuerte sacudida cultural, tanto
a nivel de propaganda como de denuncia y resistencia. Encontraron en el
comunismo un enemigo común. Lo idealizaron hasta encontrar los peligros que
necesitaban y los convirtieron en un eslogan. Pronto aparecieron películas y
novelas advirtiendo de amenazas por parte de razas deshumanizadas, sin
individualidad, sentimientos ni poder de decisión. De aquella época recordamos Invasores
de Marte, Llegó del más allá, La invasión de los ladrones de cuerpos o Hijos
del espacio.
Pero también puede
extrapolarse a la zombificación de la sociedad sometida al influjo de la
tecnología, la superpoblación y la desinformación. Un futuro distópico puede
convertirnos en seres manipulables y carentes de iniciativa propia. Las mentes
colmena son un género propio de la ciencia-ficción.
En la novela El juego de Ender, los insectores son una raza de
características similares a las de los insectos. Aparentemente, evolucionaron
en un planeta similar a la Tierra, con un aspecto que debía recordar al de las
hormigas. A lo largo de su evolución, los insectores
comenzaron a desarrollar un endoesqueleto, el mismo camino seguido por los
vertebrados en nuestro planeta, se deshicieron del exoesqueleto propio de los
insectos y sus órganos internos se especializaron. Su bioquímica presenta
también notables similitudes con la de los organismos terrestres. Por los datos
recogidos en el asteroide Eros, su base de avanzada durante la Primera
Invasión, los insectores utilizaban
para ver la misma región del espectro electromagnético que los humanos.
Curiosamente, y a diferencia de otros insectos, el olor, el tacto y el sonido
no parecían tener especial importancia.
Socialmente, los insectores comparten también
características con los insectos. Su jerarquía está coronada por una reina, que
pone los huevos e imparte las órdenes a los zánganos. Es una organización de
castas donde las obreras ocupan la parte baja. Sin embargo, su sistema de
comunicaciones parece ser instantáneo, gracias a la energía filótica, en la que
todos los miembros de la colmena comparten los mismos pensamientos, aunque sólo
pueden concentrarse en pocas cosas a la vez. Pero también poseen toda su
memoria en ellos mismos, hablando a medida que piensan, por eso no necesitan
medios de almacenamiento. El destino de los insectores tendréis que leerlo en la novela.
Larry Niven y Jerry Pournelle son coautores de Ruido de pasos (Footfall). En ella, los
alienígenas Fithp se parecen a crías
de elefante con múltiples trompas prensiles. Poseen tecnología más avanzada que
los humanos, pero no han desarrollado nada por sí solos. En un pasado lejano,
otra especie dominaba su planeta. Esta especie predecesora dañó gravemente el medio
ambiente, extinguiéndose a sí misma y a muchas otras especies, pero dejó atrás
sus conocimientos inscritos en grandes cubos de piedra, del cual los Fithp han obtenido su tecnología. Ante
una posible extinción debido a los efectos a largo plazo de las armas
biológicas, un grupo de Fithp de
alto rango fue seleccionado para escapar a las estrellas. Los Chtaptisk Fithp (Rebaño viajero) se
dividen entre Durmientes y Nacidos en el espacio, ya que la nave es
a la vez una nave generacional y una nave durmiente. Los líderes originales
están subordinados a los nacidos en el espacio, que están preparados para
iniciar una civilización basada en los nuevos avances, pero todavía están
dedicados al ideal de conquista de generaciones de la antigüedad.
Los Fithp son criaturas de manada y luchan
en las guerras de manera diferente a los humanos. Aunque son capaces de actuar
de forma independiente hasta cierto punto, son esencialmente miembros de una
manada cuya fidelidad a sus pares y superiores va mucho más allá del concepto
de lealtad. Cuando dos rebaños se encuentran, luchan hasta que es evidente cuál
es el dominante. Entonces cesa la hostilidad y los perdedores se incorporan al
rebaño ganador. Los Fithp muestran
confusión por los intentos humanos de establecer un contacto pacífico. No
entienden el concepto de diplomacia. Consideran a otras especies como presas o
depredadores. A los primeros los convierten en esclavos y a los segundos hay
que subyugarlos.
Jack Vance propone, en su
saga del Ciclo de Tschai, a una raza
violenta de aspecto reptiloide: los dirdir.
Sus instintos primarios son tan fuertes que las crías deben ser domesticadas
antes que educadas. Están orgullosos de sus impulsos animales, al que llaman el
viejo estado, y reaccionan instintivamente ante determinadas llamadas de los
miembros de su especie, como la petición de ayuda o justicia. Esto hace que su
sociedad sea muy conservadora y se mantenga a través de los esfuerzos de los
individuos por mantener su estatus y subir de casta.
Ya que por
naturaleza son muy violentos, para evitar la guerra constante se apaciguan con
los Misterios, cortejo sexual para encontrar alguien adecuado para aparearse, y
con la caza, que les apasiona, ya que les recuerda su anterior condición de
animales salvajes. Cazan y comen humanos. Sus sirvientes, los hombres-dirdir, se dividen en castas y
se operan para ser similares a ellos. Los dirdir
solucionan sus crímenes en juicios simples, en los que el acusado puede
protestar y es declarado inocente si vence al árbitro en una lucha. No son
religiosos.
Larry Niven imaginó una raza
llamada Jotoki. son una especie
semi-inteligente dotada de ingeniería y mecánica. Físicamente tienen un gran
parecido con una gran estrella de mar andante. Cada individuo es, en realidad,
una colección de miembros semiautónomos que se unen para formar una sola
criatura. El singular Jotok hace
referencia a un adulto completamente formado y de cinco extremidades. Dado que
las cinco subunidades que componen un individuo Jotok no están necesariamente relacionadas genéticamente, la
reproducción no requiere sexo; un Jotok
puede simplemente encontrar un estanque y depositar a sus crías para comenzar
el ciclo nuevamente. Un Jotok que
desee una familia puede simplemente ir al desierto y cosechar un adolescente de
la edad adecuada.
Los jóvenes Jotoki crecen solos en los bosques. En
una determinada etapa de su crecimiento, el Jotok se imprime en un Jotoki
adulto (si hay uno disponible) y entra en una etapa de rápido aprendizaje y
crecimiento cerebral. Los Jotoki
adultos no impresos se consideran salvajes y poco más que animales. Pueden ser
extremadamente peligrosos. Prefieren cazar en grupos grandes y utilizar el
elemento sorpresa para atacar a víctimas desprevenidas desde cierta altura. Un Jotok adulto es capaz de esconderse tan
bien en la naturaleza que ni siquiera un Kzin
podrá detectarlo a tiempo para evitar una emboscada. A los Jotoki les ayuda a esconderse su capacidad de cambiar su olor para
imitar el de su entorno.
La
imaginación de los escritores nos ha dado la posibilidad de visitar mundos
lejanos y conocer especies exóticas. Nos ha permitido reflexionar sobre todo lo
diferente. Nos ha facilitado acercarnos a situaciones que jamás
contemplaríamos. Pero, sobre todo, nos ha ayudado a hacer lecturas de la
sociedad que nos permitirán obtener recursos para gestionar nuestra propia
vida. Y ese es un regalo de valor incalculable. Como siempre recomendamos desde
Albedo 0.38, apoyad a los autores, mantened viva vuestra curiosidad y tratad de
hacer de este mundo un lugar mejor para quienes os sucedan.