domingo, 4 de septiembre de 2022

El universo y la música clásica

El filósofo y matemático Pitágoras descubrió la relación entre el tono musical y la longitud de la cuerda que lo producía. De este modo, al dividir la longitud de la cuerda por la mitad, el sonido era el mismo, pero una octava más alto. De igual manera descubrió que, dividiendo la cuerda en proporciones sencillas, localizaba tonos básicos, agradables al oído, mientras que si lo hacía con proporciones complejas, desaparecía esta simpatía. Con todo esto postuló la afinación musical basada en proporciones de quintas y que contiene las siete notas musicales.

Esto le llevó a pensar que la belleza musical se debía a la perfección de los números. Así, la comprensión del mundo llevó al griego a extender sus términos a una escala cósmica. La escuela pitagórica postuló que el universo está gobernado por las matemáticas, en proporciones armónicas, y que los cuerpos celestes (geocéntricos) emiten un sonido armonioso regido por proporciones musicales. Estas proporciones, tienen tanto un sentido matemático como místico; y la música es un concepto tanto artístico como científico.

El atractivo simbólico de esta teoría fue tan grande que influyó a personalidades como Plinio el viejo, Cicerón, Platón, Filolao, Arquitas de Tarento, Marciano Capella, Boecio, Kepler, Robert Fludd y Newton. Hasta Shakespeare hace una referencia a la música en términos pitagóricos al inicio del quinto acto de El Mercader de Venecia.

El propio Platón ideó el mito de Er, que se convirtió en el argumento definitivo de la armonía de las esferas y lo propulsó durante los siglos posteriores.

En 1629, el astrónomo y matemático alemán Johannes Kepler, inspirado en esta teoría, escribió el libro La Armonía del Mundo (Harmonices Mundi). Actualizando las recientes observaciones astronómicas, precisó que la sinfonía celestial se basaba en velocidades y no en distancias. Según las nuevas proporciones, asigna un rango tonal a cada planeta. Así, Mercurio sonaba como una Soprano, Marte como un tenor, Saturno y Júpiter eran bajos, y la Tierra y Venus eran altos.

Esta obra ha inspirado igualmente a artistas de todas las disciplinas. En 1957, el compositor alemán Paul Hindemith estrenó una ópera en cinco actos de igual título cuyo personaje central es el propio Kepler. Philip Glass también estrenó, en 2009, una ópera titulada Kepler.

La relación de Philip Glass con la astronomía es extensa, destacando obras como A brief history of time (1991), Orion (2004) o Roving Mars (2006).

En 1597, el pastor luterano y compositor de himnos Philipp Nicolai escribió el famoso himno luterano: How Lovely Shines the Morning Star. Dos años más tarde le añadiría una música tradicional, que sería el comienzo de una larga lista de versiones y adaptaciones. Músicos como Bach, Buxtehude, Praetorius, Reger, Cornelius o Mendelssohn la incluyeron dentro de su propia obra.

En 1743, George Friedrich Handel estrena el oratorio Sansón. Su conmovedora aria se titula Total Eclipse, donde compara la ceguera de Sansón con la oscuridad que produce un eclipse durante el día. Para el texto recupera los versos de un texto de John Milton.

En 1777, Joseph Haydn estrena Il Mondo Della Luna, una ópera bufa (o dramma giocoso) en tres actos cuyo personaje central es un burgués aficionado a la astronomía. Este personaje será engañado por uno de los pretendientes de sus hijas para que crea que está en la Luna a punto de conocer a sus habitantes. El motivo: hacerle cambiar de opinión para que acceda a permitir su matrimonio. Esta ópera de enredos fue un éxito inmediato.

En 1896, Richard Strauss, compone su poema sinfónico, Así habló Zaratustra, inspirado en la obra del mismo título de Nietzsche. La majestuosa introducción, titulada Amanecer ha sido empleada en infinidad de contextos y celebraciones. Stanley Kubrik la seleccionó para ilustrar el despertar de la raza humana en su película 2001: Una Odisea en el Espacio.

Es una pieza que bebe de la intensidad romántica. El periodo romántico trata de ver el mundo a través de las emociones, alejándose de los preceptos axiomáticos de épocas anteriores. Durante el siglo XIX adquirió especial relevancia la música programática; esto es, aquella que intenta evocar escenas, imágenes o sensaciones en la mente de la audiencia.

En 1901, Antonin Dvorak estrena su ópera Rusalka, inspirada en el mito de La Sirenita, de Hans Christian Andersen. Estamos a finales del periodo romántico. Aunque hay claras influencias de Wagner y Liszt, también se dejan notar las insinuaciones del impresionismo.

En 1902, John Philip Sousa, popular por sus marchas militares, compuso la suite Looking Upward. Estaba formada por tres movimientos: By the light of the Polar Star, Beneath the Southern Cross y Mars and Venus. En realidad, sólo el primer movimiento puede asociarse a cierta inquietud astronómica, puesto que se inspiró en el cielo nocturno que veía desde el tren durante un viaje por Dakota del Sur. El segundo tiene como origen una publicidad de un crucero con ese mismo nombre (Cruz del Sur). Y el tercer movimiento (Marte y Venus) representa la historia de amor de un vaquero.

En 1903, inspirado por la salida y ocaso del sol en el mar Egeo, Carl Nielsen compuso la obertura Helios. Aparece de nuevo la fanfarria de metales al estilo straussiano, junto a la carga emotiva del romanticismo wagneriano.

En 1916, el músico austro-húngaro Franz Lehar compuso una opereta titulada Der Sterngucker (El que mira las estrellas). Es una comedia romántica de enredos a ritmo de vals, donde un joven astrónomo sufre los avatares de tres de jovencitas y sus respectivos padres quienes tratan de unirlo en matrimonio con sus hijas.

En 1927, la compositora estadounidense Mary Howe, compuso la miniatura orquestal Stars. Una noche, sentada en el porche de su vivienda, se sintió abrumada por la vastedad de la cúpula estrellada. En este pequeño poema trató de reflejar esa sensación de paz, belleza e inmensidad.

En 1936, Felix Mendelssohn publica The evening star, incluida en sus piezas breves Canciones sin Palabras. Mendelssohn trabajó en estas composiciones a lo largo de su vida, completando ocho colecciones. Evening Star pertenece a la colección Opus 38.

En 1938, Vaughan Williams recrea la conversación entre Jessica y Lorenzo sobre la música de las esferas, en la obra de Shakespeare, El Mercader de Venecia. Es una obra muy delicada, con dos versiones: una para 16 voces y orquesta y una segunda sólo para orquesta.

En 1947, Edgar Varèse estrena Etude pour Espace. Esta obra era, en realidad, una partitura rescatada de un proyecto de mayor envergadura que no terminó por falta de instrumentos electrónicos que completaran su visión musical. Esa obra se titularía El Astrónomo. Tras el estreno, Varèse realizó varias correcciones contradictorias que imposibilitaron volver a tocarla en directo.

En 1960, el prolífico músico estadounidense, Alan Hovhaness, compuso el poema sinfónico Copernicus. Gran parte de su obra es de carácter espiritual, aunque también se inspiró en otras temáticas, así como en el cosmos. Es el caso de Saturn Op. 243 (1971) para soprano, clarinete y piano; la sinfonía nº 48 Vision of Andromeda (1981); Pleiades (1981) para gamelán javanés (orquesta tradicional indonesia, que consiste básicamente en un conjunto instrumental de naturaleza percusiva, compuesto por gongs afinados, carillón de gongs, metalófonos y tambores, que suelen ir acompañados por alguna flauta, instrumentos de cuerda y voces ocasionales); la sinfonía nº 53 Op. 377 Star Dawn (1983), la sinfonía nº 52 Journey to Vega (1983) y Starry Night (1985), para flauta, xilófono y arpa.

En 1967, el compositor danés Per Nørgård, escribió su obra Luna: Cuatro Fases para Orquesta. Se trata de una obra más bien simbólica, de carácter onírico. El propio autor comentó que la idea le sobrevino al terminar un proyecto anterior, y que le impulsaba a escribir una antítesis más mate y lechosa. Per Nørgård rechazó el serialismo como algo artificioso y empezó a construir un sistema propio que se confirmaría como su famosa serie infinita. Nørgård tiene más obras inspiradas en el universo, como Constellations (1958) o Dancers around Jupiter (1995), para cuatro saxofones.

Y llegamos a la era espacial. En el contexto de la llegada del ser humano a la Luna, los satélites geoestacionarios y los radiotelescopios, la sociedad elevó su vista hacia las estrellas durante unos años. Se multiplicaron las producciones audiovisuales de ciencia-ficción; los motivos cósmicos influyeron en la moda, en la industria y en el estado de ánimo general. En una época de crisis atómica y guerra fría, mirar las estrellas parecía un estímulo que animaba al optimismo.

En 1969, Bruno Maderna escribe Serenata per un Satellite, dedicada al físico torinés Umberto Montalenti, director del ESOC (Centro Europeo de Operaciones Espaciales). Montalenti fue el responsable del lanzamiento del satélite Estro-1 ese mismo año.

Serenata per un Satellite une la composición y la aleatoriedad con resultados satisfactorios. Este tipo de escritura sigue una corriente de Werner Meyer-Eppler y Pierre Boulez denominada Música del Azar. Este movimiento, iniciado en 1950, incluye elementos no regulados, generando improvisaciones.

La obra fue compuesta para ocho instrumentos y la partitura contiene módulos musicales agrupados en líneas rectas, perpendiculares, cruzadas… de manera que ofrecen a los intérpretes diferentes recorridos de duraciones entre cuatro y doce minutos. Esta disposición visual refleja la órbita de un satélite en el espacio.

En 1970, un joven Krzysztof Penderecki estrena su obra Kosmogonia, comisionada por la ONU para celebrar su vigesimoquinto año desde su fundación. Fue interpretada por la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles y el Coro de la Universidad de Rutgers, bajo la dirección de Zubin Mehta.

Escrita para tres voces, un coro mixto y orquesta, Kosmogonia es una suerte de reflexión occidental sobre la creación del mundo y el lugar que ocupa el ser humano en su vida cotidiana. Se incluyen palabras de los astronautas Yuri Gagarin y John Glenn, citas bíblicas, un poema epicúreo de Lucrecio, fragmentos de tratados renacentistas de Giordano Bruno y Leonardo da Vinci, mezclados con frases de Antígona y Metamorfosis, así como fragmentos de textos del cardenal medieval, filósofo y matemático, Nicolás de Cusa.

Al parecer, Penderecki dijo que podría haber utilizado igualmente fragmentos de una guía telefónica, pero que sería mejor no centrarse demasiado en la ironía del compositor.

Los textos que empleó determinaron el sonido de la pieza: aunque a veces esta determinación fuera estrictamente simbólica. Por ejemplo, hay momentos en los que se pronuncia la palabra sol y se escucha el acorde de mi menor con la nota sol. En cualquier caso, la pieza transmite una poderosa sensación de hostilidad y un misterio insondable.

En 1971, Karlheinz Stockhausen presentó Sternklang (Sonido de las Estrellas), una pieza para 21 voces e instrumentos que le llevó dos años terminar. Dedicada a su esposa, estaba proyectada para interpretarse al aire libre. Los músicos debían separarse en cinco grupos bastante alejados unos de otros, y cuyo sonido debía amplificarse mediante altavoces.

Cada uno de los 5 grupos tiene su propia secuencia de 40 combinaciones. En total hay 30 Modelos y algunos de estos son compartidos por más de un grupo (a través de corredores). En este aspecto se trata de un paso más allá de la que fuera su obra Stimmung.

Los ritmos, la coloratura y los intervalos de tono de los modelos se derivan directamente de 28 constelaciones de estrellas observadas en el cielo e integradas como figuras musicales.

Un año después, el propio Stockhausen presenta YLEM, inspirado en la hipótesis del universo oscilante. YLEM es el plasma subatómico generado en el big bang. Derivado del término Eye-Lum, recrea la expansión de materia y energía iniciales y la contracción postulada en otra teoría conocida como big crunch.

Se trata de una composición para 19 músicos/cantantes y 4 radios de onda corta. El planteamiento de estas obras es complejo y aprovecha su disposición espacial. Este concepto será definitivo para comprender el origen de la spacemusic.

También, en 1972, Henryk Gorecki estrena su Sinfonía n.º 2, Copernicana, Opus 31, para celebrar el 500 aniversario del nacimiento del astrónomo Nicolás Copérnico. Escrita para soprano, barítono, coro y orquesta, contiene textos de los Salmos 145, 6 y 135, así como un fragmento del libro de Copérnico De Revolutionibus Orbium Coelestium.

En 1975, Gloria Coates escribió Holographic Universe, una densa textura con acento modal sobrevolada por racimos microtonales estáticos y deslizantes. Nacida en Wisconsin, vive en Munich desde 1969. De ahí que su sonido esté cerca de las vanguardias europeas de autores como Ligeti o Penderecki. Por momentos muy distante, Holographic Universe nos recuerda la cita de Carl Sagan: «El Universo no parece ni benigno ni hostil, simplemente indiferente a las preocupaciones de seres tan insignificantes como nosotros».

En 1977, Karlheinz Stockhausen presenta su obra Sirius, para solistas de voz soprano y bajo, trompeta, clarinete bajo y música electrónica de 8 canales. Para la sección electrónica empleó un sintetizador EMS Synthi 100.

Sirius fue encargado por el gobierno de Alemania Occidental para celebrar el bicentenario de los Estados Unidos y está dedicado a los "pioneros estadounidenses en la tierra y en el espacio". La composición se inició en 1975 y la primera actuación se realizó ante un público invitado en la inauguración del Albert Einstein Spacearium en Washington DC, en 1976, aunque para entonces solo se había completado una de las cuatro secciones: "verano".

Sirius es un drama musical en el que cuatro emisarios de un planeta que orbita alrededor de la estrella Sirio traen un mensaje a la tierra. Stockhausen comentó que algunos fragmentos le fueron revelados en sueños.

En 1978, Henri Dutilleux compuso Timbre, Espacio, Movimiento. La subtituló Noche Estrellada, en alusión al famoso cuadro de Vincent Van Gogh. De hecho, Dutilleux trasladó a sonido el efecto de torbellino cósmico que aparece en la pintura. Con los instrumentos de viento y percusión interpretó las nubes y las estrellas; los cellos representan el espacio, situados en semicírculo en el centro de la orquesta.

En 1979, el canadiense Henry Brant compuso Orbits: un ritual sinfónico espacial para 80 trombones, órgano y soprano. Henry Brant trabajó principalmente en partituras para películas, ballets y programas de radio. Sus composiciones más serias tardaron en ver la luz. Brant comenzó a experimentar con la música espacial durante los años cincuenta. En esta época, el concepto espacial era literal, y consistía en composiciones que se entendían a través de una distribución determinada de los músicos, como una constelación espacial que era indispensable para definir la música.

En Orbit, los trombones se ubicaban en grupos de diez, con una partitura diferente para cada miembro. La pieza es disonante e inquietante. El órgano y la soprano se colocan juntos en el centro y añaden cierta angustia al conjunto. Es difícil captar estas obras en el reducido campo estéreo de una grabación convencional.

En 1980, Bernard Rands inicia la composición de su trilogía Tri Canti. La primera obra se titula Canti Lunatici. En 1983 termina Canti del Sole, y en 1988, Canti del L’Eclisse. Toda la trilogía posee la clara influencia de su maestro Berio, especialmente en la parte vocal multilingüe y el virtuosismo de los solos instrumentales. Rands utilizó 42 textos en cinco idiomas para desarrollar la narrativa de la obra. Así, Canti Lunatici transcurre desde el atardecer hasta el amanecer, comenzando con el poema de Quasimodo "Ed è sùbito sera". Canti del Sole recoge catorce textos que hablan desde el amanecer hasta el atardecer. Finalmente, Canti del L’Eclisse transmite una sensación menos ponderable, con textos de John Milton, Torcuato Tasso y Henry Vaughan.

En 1981, Nancy Van de Vate escribió Dark Nebulae, una pieza corta sinfónica, muy colorista. La autora, de origen estadounidense y residente en Austria afirma que se inspiró en imágenes astronómicas. Idéntica motivación empleó para su pieza Distant Worlds, compuesta en 1985 para violín y orquesta.

En 1984, la compositora, pianista y pedagoga Merçé Capdevila, estrenó su obra Voltes al Sol. Se trata de una pieza de electroacústica mixta interpretada por el Ensemble Solars Vortices. Un año antes había preparado otra pieza titulada Eclipsi para cuatro violonchelos. Merçé Capdevila es una artista interdisciplinar con una dilatada carrera de estrenos y colaboraciones.

En 1989, Charles Wuorinen estrena su cantata en tres movimientos, Genesis, comisionada por las orquestas de San Francisco, Minnesota y Honolulu. Las referencias gregorianas se enroscan a un contrapunto enmarañado que fluye hacia un big bang extático. Hay mucho de celebración en esta obra cromática y exuberante.

En 1997, Graham Waterhouse compone Hale Bopp, Opus 36/2 para orquesta y voz. La pieza termina con una cita del himno luterano How lovely shines the morning star. El título revela que Grahan Waterhouse se inspiró en el cometa Hale-Bopp, descubierto en 1995 y visible a simple vista en 1997. La distancia de los acordes iniciales podría aludir al viaje que recorren los cometas desde lugares remotos hasta nuestras inmediaciones.

En 2002, Steve Kornicki escribe su primera sinfonía, titulada Morning Star Rising. Para ello se inspiró en el libro Conversando con los Planetas del astrónomo y antropólogo Anthony Aveni. El libro estudia la mitología celestial de los pueblos antiguos y cómo sus rituales, creencias y prácticas dieron forma a su comprensión del mundo natural. Un capítulo significativo se centra en los mayas y la importancia que le dieron a la adoración y deificación del planeta Venus, retratado como los dioses de las estrellas de la mañana y la tarde.

El propio autor comenta: «Musicalmente, Morning Star Rising puede verse como una narración sinfónica en seis secciones que representan un ritual imaginario temprano en la mañana, tal como lo practicaban los mayas. La tonalidad de evolución gradual de la pieza crea en el oyente un efecto de marco de tiempo suspendido mediante el uso de duraciones extendidas de movimiento armónico similar». La pieza se estrenó en 2005 por la Filarmónica de Kiev.

En 2005, la almanseña Sonia Megías, compositora residente para la Federación Coral de Madrid y el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza escribe la pieza breve para piano La Luna tiene Dos Caras. Creadora multidisciplinar, Sonia Megías investiga diferentes formas expresivas en torno a rituales socioculturales.

En 2015, el músico de Reno (Nevada), Eric Whitacre, compuso Deep Field: The impossible magnitude of our universe. Whitacre es famoso por sus brillantes disonancias y sus coros virtuales. Para estos, ha llegado a reunir hasta casi seis mil personas de 101 países, quienes graban sus voces en sus lugares de origen y luego se sincronizan en una única actuación.

La pieza está inspirada en el telescopio espacial Hubble y su imagen más icónica: Deep Field.

En 2019, la NASA encarga al cuarteto Kronos una obra inspirada en los sonidos del plasma solar alrededor de los planetas. El cuarteto cuenta con la composición de Terry Riley, quien ideó un paisaje espacial en diez movimientos titulado Sun Rings. El resultado es una obra multimedia, en la que los propios músicos tocan sus instrumentos y disparan sonidos mediante unos sensores de movimiento.

En 2020, la Orquesta Aurora debutó para el sello Deutsche Grammophon, comisionando una de las piezas a Max Richter. El álbum se tituló Música de las Esferas. La obra de Max Richter estaba inspirada en el primer pulsar descubierto. Fue Jocelyn Bell Burnell quien en 1967 lo localizó en la constelación de Vulpecula. Inicialmente llevaba por título LGM-1 (por Little Green Men), pero finalmente el autor decidió bautizarla como Journey CP1919. La pieza consiste en una serie de líneas ascendentes que se mueven a distintas velocidades, empleando las mismas relaciones que los postulados de Kepler.

El álbum contenía otras obras, entre ellas el Concierto para violín titulado Concentric Paths (Rutas Concéntricas) de Thomas Adès, compuesto en 2005 y comisionado por la orquesta filarmónica de los Ángeles y el Festival de música de cámara de Berlín.

En 2021, la extremeña Iluminada Pérez Frutos, presenta Le Sette Sorelle dal Cielo (Las siete hermanas del cielo), en alusión al mito maya del cúmulo estelar de las Pléyades. Los mayas creían que las Pléyades eran el origen de su civilización.

Os preguntaréis por qué no aparece en esta lista la última sinfonía de Mozart, Jupiter, compuesta en 1788. La respuesta es que Mozart no la tituló de esta manera ni se inspiró en el gigante gaseoso. Fue el empresario musical Johann Peter Salomon quien le puso este sobrenombre, inspirado en el dios supremo de la antigua Roma, probablemente impactado por el carácter solemne y majestuoso de la obra. Tampoco se descartan motivos promocionales. Salomon reunió a Haydn y Mozart para realizar una gira de conciertos en Inglaterra que nunca tuvo lugar debido a la muerte prematura del genio de Salzburgo.

Un caso muy parecido es el de Claro de Luna, sonata para piano número 14 publicada por Beethoven en 1802. Tras la muerte del autor, el crítico Ludwig Rellstab comparó esta pieza con el reflejo de la Luna en el lago de Lucema, en Suiza. Este sobrenombre alcanzó tanta popularidad que se sigue utilizando actualmente para referirse a ella.

También se ha quedado fuera de esta lista, la icónica obra de Gustav Holst, Los Planetas. Esto se debe a que el compositor se inspiró en la astrología. El propio Holst dijo que cada pieza correspondía a un diferente estado de ánimo con significación astrológica, no obstante, no se trataba de música programática. De hecho, dos de los movimientos llevan títulos extraídos de un horóscopo escrito por Alan Leo: Neptuno, el místico; y Mercurio, el mensajero alado. La suite fue compuesta durante los años 1914 a 1917 y se nota la influencia de Arnold Schönberg.

Lo mismo sucede con Makrokosmos, de George Crumb. Es un conjunto de cuatro volúmenes de piezas para piano compuestas en 1972 e inspiradas en el zodiaco. Aunque algunos títulos son astronómicos (Galaxia Espiral, Soles Gemelos, Corona Borealis, Beta Cigni, Alfa Centauri, Gama Draconis…), aluden indiscutiblemente a la astrología.

En cualquier caso, son piezas de gran belleza, absolutamente imprescindibles para disfrutar y compartir el compromiso del arte.

Ya veis que el universo sigue siendo una inspiración para la música culta en la actualidad. Los avances tecnológicos influyen tanto en el carácter de las obras como en su perspectiva científica. Y los descubrimientos han ampliado la perspectiva desde la cual los artistas estimulan su talento.

Podéis escuchar este artículo en el siguiente podcast:

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